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¡Escúchame, desgraciado, tengo un medio de salvarte, un medio supremo; ya lo verás: el prestamista me ha concedido un plazo de veinticuatro horas, ¿sabes? y en estas veinticuatro horas se puede volver el mundo patas arriba, figúrate. Yo por un lado, por el otro: cavaremos, cavaremos hasta encontrar esa suma.

En aquella casuca amarilla, de entrada abismática, como el orificio de una boca desdentada, galería de vidrios como antiparras, y tejado redondo, negruzco y a trechos desguarnecido, como gorro mugriento, vive, sin duda, un prestamista. Aquella casita cenceña y larguirucha, con ventanas pobladas de macetas y pájaros, ¿qué ha de ser sino la morada de una doncella talluda?

No está claro exclamó don Pablo Aquiles, que iba perdiendo el color y la calma, ningún prestamista da sin una firma de garantía, si la persona no le inspira la suficiente confianza, y no podía inspirársela un niño de teta como esa desgraciada criatura; ¿has visto la firma de Esteven en el pagaré?

El prestamista, creyendo que se desmayaba, hizo traer un vaso de agua, que ella no quiso probar, porque le daba asco. El poder de una mujer que llora se vio en aquel caso; pues la peña de Torquemada se ablandó al fin, y la prórroga fue otorgada. «Pero le juro a usted, señora, que si el día 7...». El 7 no, el 10... El 8. Verdad es que el 8 es fiesta, la Virgen de... Setiembre.

Pero en trueque papeles a carga: no queda más remedio... nóminas... listas de préstamos... no resta más senda, Mercado amigo, que aplicarle a este prestamista la receta que mi capitán Francisco de Carvajal le aplicó al susodicho notario romano, el de los 200.000 escudos. O múltese Antúnez, o sus papeles sufrirán el auto de fe más riguroso que ha visto Toledo.

No quisiera acabar mi artículo sin advertir que reconocí en el baile al famoso prestamista, y en los hombros de su mujer el chal magnífico que llevaba tres Carnavales en el cautiverio; y dejó de asombrarme desde entonces el lujo que en ella tantas veces no había comprendido.

No creerla habría sido como poner en duda la luz del día. «Pues con esas condiciones le daré a usted cuatro mil realitos», declaró Rosalía con ínfulas de prestamista».

No, la firma no contestó la señora confusa y embrollándose; pero, en fin, yo no entiendo de esto; lo único que puedo decirte es que si mañana no entregamos los treinta mil nacionales, el prestamista, que tiene a Esteven por fiador de Quilito, no por qué, irá a presentar a ese hombre la letra protestada: esta es la situación.

Ramona, hija del prestamista usurero don Felipe, que ha llegado a ser muy rico, se educa en un excelente y aristocrático colegio de señoritas, donde, sobre su buen fondo natural, pone la educación los más delicados sentimientos.

Era, por prestigio o metamorfosis, la encarnación humana de aquella ictérica casuca de la Rúa Ruera, en donde el pintor Lirio calculaba que no podía por menos de vivir un prestamista.