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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Como autoridad militar hasta cierto punto y hombre que gozaba fama de enérgico, estaba obligado a mostrar valor en aquellas críticas circunstancias: llevaba dos pistolas de arzón en los bolsillos, y bastón de estoque.
Todos los testigos tenían el convencimiento, la casi seguridad de que, no sólo el tiro de Arturito, sino también el del gaucho, tan malas y tan cargadas estaban las pistolas, iban a perderse en el aire.
Los dos tiros sonaron casi simultáneamente sin hacer blanco. Tristán no pudo reprimir un imperceptible gesto de sorpresa. Ya contaba con que las pistolas no estarían montadas al pelo, pero no sospechó que estuvieran tan duras, y dio gatillazo como dicen los tiradores. Se cargaron nuevamente, tomó cada uno la suya y el mismo testigo gritó: ¡Avanzar!
He venido para convencerme no más.» Cuando se dió orden al escuadrón de perseguirlo, Santos había desaparecido. Al fin, una noche lo cogieron dentro de la ciudad de Córdoba, por una venganza femenil. Había dado de golpes a la querida con quien dormía; ésta, sintiéndolo profundamente dormido, se levanta con precaución, le toma las pistolas y el sable, sale a la calle y lo denuncia a una patrulla.
Iba a hacer la misma pregunta a otros pasajeros de distinción, y si éstos no tenían «por casualidad» una caja de pistolas, arreglaría el encuentro a revólver, escogiendo dos completamente iguales entre los muchos que le habían ofrecido.
Una panoplia antigua completa, otras dos modernas muy brillantes y bordadas; escopetas, pistolas y trabucos de todas épocas y tamaños llenaban las paredes y los rincones. En arcas y armarios guardaba don Víctor con el cariño de un coleccionador los trajes de aficionado que había lucido en mejores tiempos.
El Ferrer, con sus pretensiones de artista, sólo trabajaba cuando tenía que reparar una escopeta, transformar un viejo trabuco de chispa en arma de pistón, o fabricar aquellas pistolas con adornos de plata que admiraban al Capellanet. Deseaba éste verle preferido por su hermana; que el verro entrase en su familia con sus asombrosas habilidades.
Recogieron los ladrones las hermosas medallas, apoderáronse también de la plata labrada que hallaron a mano, y se retiraron de los Pazos a las seis, antes que anocheciese del todo. Algún labrador o jornalero les vio salir, pero ¿qué había de hacer? Eran veinte, bien armados con escopetas, pistolas y trabucos.
Y a propósito, ¿dónde están mis pistolas? En aquel momento se separaron las ramas y apareció Marcos Divès, con el espadón colgando de su mano, gritando: ¡Bah, señora Catalina! ¡Estas sí que son emociones! ¡Con mil demonios! ¡Y qué suerte la de haber estado yo aquí! Porque esos miserables iban a desvalijarles de pies a cabeza.
Salimos de la casa, tomando cada cual la cabalgadura que se le había destinado, juntamente con un sable y dos pistolas. El bagaje se repartió entre todos. Un criado antiguo se había encargado del dinero, otro llevaba las ropas del señorito; Marijuán llenaba sus alforjas con abundantes provisiones, y en mi grupera pusimos varios encargos y las cartas que D. Diego debía entregar en Córdoba.
Palabra del Dia
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