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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Los barberos que trabajaban en una de las mejillas de Edwin, viendo su guadaña completamente cubierta de espuma, creyeron necesario limpiarla con un palo antes de continuar su labor. ¡Atención los de abajo! gritó el más prudente. Y desde la considerable altura de los hombros del gigante se desplomó una bola espesa de jabón del tamaño de dos ó tres pigmeos.

Deseoso de verle, empezó á gritar lo mismo que en la mañana, seguro de que el traductor vendría en su auxilio. ¡Profesor Flimnap!... ¡Que busquen al profesor Flimnap! Los numerosos pigmeos se miraron inquietos al oir este trueno que hacía temblar el techo, profiriendo palabras incomprensibles.

Al avanzar su cabeza vió un libro caído, que tenía el lomo en alto, ostentando en su tapa de colores un hombre con casaca á la antigua, las piernas en forma de compás, y pasando entre ellas un ejército de pigmeos. La vista de este dibujo le ayudó á despertar completamente, reanudando el funcionamiento de su memoria.

Todo lo demás, víveres y ropas, se lo habían llevado el primer día de su llegada para exhibirlo ante el gobierno y guardarlo, finalmente, en los arsenales de la ciudad. Lo primero que procuró fué librar el bote de las amarras puestas por los pigmeos. Lamentaba no tener un simple cortaplumas para terminar más pronto, partiendo los cables que lo tenían sujeto.

No le había enviado el almuerzo y seguramente tampoco le enviaría la comida. Los pigmeos, ocupados en su guerra de sexos, no se acordaban de él, y le dejarían morir de hambre. El Hombre-Montaña, después de llamar tanto la atención, había pasado de moda, como esos artistas viejos que hicieron correr las muchedumbres hacia su persona y acaban muriendo en un hospital.

Gil Blas es un personaje convencional colocado con una rara habilidad en una fábula ingeniosa, pero no es una individualidad arrebatada de una pieza a la cantera de la naturaleza. Crebillon, hijo, y Marivaux eran también observadores, pero cuyo tacto minucioso se sujetaba a maravilla a las mezquinas proporciones de una sociedad de pigmeos.

Memorias de un Gobernador, por Wáshington Irving; un tomo, una peseta. Leyendas extraordinarias, por E. Poe y Wáshington Irving un tomo, una peseta. El Tesoro escondido y Los Pigmeos, por Natanael Hawthorne; un tomo, una peseta. El Vellocino de Oro, por Natanael Hawthorne; un tomo, una peseta. La segunda parte de Ivanhoe, por W. M. Thackeray; un tomo, una peseta.

Y los militares más viejos y más expertos en la vida se asombraban al pensar en el mundo de los Hombres-Montañas: un mundo absurdo, donde los sexos están lamentablemente invertidos, y son los hombres los que buscan á las mujeres, no sintiendo rubor ni deseos de huir cuando las mujeres se muestran á ellos en toda su desnudez. Donde se ve cómo unos pigmeos bigotudos intentaron asesinar al gigante

La exigencia de los pigmeos resultaba tan cómica, que ahogó en él todo intento de indignación. Pero volvió á fruncir el ceño cuando el profesor le pidió que se despojase de su chaqueta y sus pantalones, conservando únicamente la ropa interior. No me diga que no, gentleman suplicaba Flimnap juntando las manos . Siga mis consejos.

La idea de que toda la República confederada de los pigmeos se estaba ocupando de sus pantalones como de una manifestación subversiva y la seguridad de que iban á ponerle faldas iguales á las de Ra-Ra, hicieron que su risa se prolongase mucho tiempo. Los grupos de afuera se imaginaron que el coloso feroz estaba saludando con carcajadas el cadáver del sabio.

Palabra del Dia

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