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Actualizado: 11 de noviembre de 2025


Aquellos salvajes eran todos altos y membrudos, y a primera vista parecían negros africanos; pero mirados despacio se advertía que su piel era de un tinte aceitunado y sus facciones más finas que las de aquéllos; pues tenían narices regulares y no achatadas, labios delgados, bocas pequeñas y rostros ovalados.

Finalmente, en la delantera y junto al conductor, un hombre, o por decir mejor, un gorro, un enorme gorro de piel de conejo, quien no decía nada de particular y miraba el camino con aspecto de tristeza. Todos aquellos viajeros se conocían unos a otros, y hablaban de sus asuntos en voz alta, con mucha libertad.

En cuanto éste descuidadamente los movía, se arrojaba sobre ellos y le hincaba los dientes desgarrándole el calzado y algunas veces la piel. Puede imaginarse el susto del buen hombre y el brinco que daría. D. Félix montaba en cólera, arrimaba un puntapié al indecente perro, le llenaba de denuestos, le arrojaba de su presencia.

Detrás de él dos jóvenes de diez y seis y veinte años, respectivamente, de piel blanca como la de los europeos, pero no atezada como la que suele distinguir a la gente de mar, parecían esperar con cierta ansiedad el resultado de la minuciosa observación que estaba practicando el del anteojo. ¿Ves algo? le preguntó al poco rato el más joven de ellos.

Marieta parecía satisfecha y tranquila. ¡Oh, la mala piel! Con un alma tan negra, y miradla qué guapetona, qué majestuosa; parecía una reina. Los que nunca la habían visto se extasiaban ante su hermosura.

Para practicar su culto se juntan en la tienda del hechicero, el cual está escondido en un rincon de ella, donde tiene un pequeño tambor, una ó dos calabazas rodeadas de conchas, y algunas bolsas de piel pintadas, en que guarda los materiales de sus encantos: comienza la ceremonia haciendo un gran ruido con el tambor y calabazas; finge luego una epilepsia en que lucha con el diablo, que supone entra en él, teniendo los ojos levantados, las facciones torcidas, echando espuma por la boca, y sus coyunturas descompuestas; hasta que despues de varias y violentas mociones, queda recto y en disposicion de un hombre que se halla con epilepsia: despues de lo cual vuelve como que ha ganado la batalla contra el demonio, fingiendo dentro de su tabernáculo una voz desmayada, chillona y dolorida, como si fuera de un mal espíritu que se supone vencido; y finalmente, tomando una especie de asiento en tres pies, responde de allí á todas las cuestiones que se le proponen: que sea bien ó mal nada quiere decir, porque en caso de suceder lo último, se echa la culpa al demonio.

La vida en el niño es ciertamente mas espansiva, pero se dirige lo mismo á la cabeza que á la piel; en el viejo, los movimientos vitales se dirigen al interior, á los órganos secretorios, y sus condiciones patológicas son opuestas á las del niño.

Primeramente, sin embargo, vamos á dar una idea general de los efectos de la belladona, enumerando los de su principio activo, la atropina: dilatacion é inmovilidad de la pupila, alteracion de la vision, somnolencia y ofuscacion de las ideas, alucinaciones de la vision, anestesia, sequedad de la boca y de la garganta, pérdida del apetito, palabra difícil, delirio, disfagia, rubicundez de la piel, pesadez y temblor paralítico.

Allí le hicieron la primera cura. El barón, que en la campaña había adquirido algunos conocimientos de cirugía, le lavó cuidadosamente las heridas, las cerró con aglutinante y curó las contusiones con cierto ungüento eficaz que poseía. Las manos rudas de aquellos veteranos parecían de seda al tocar la piel de la niña. Una mujer no la hubiera curado con más delicadeza, con tal atención y esmero.

Cada vez que el cuerpo de Lucía entraba en la zona luminosa, despedían áureo destello los botones de cincelado metal, encendiéndose sobre el paño marrón del levitín, y se entreveía, a trechos de la revuelta falda, orlada de menudo volante a pliegues, algo del encaje de las enaguas, y el primoroso zapato de bronceada piel, con curvo tacón.

Palabra del Dia

vengado

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