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Actualizado: 13 de julio de 2025
A Minghetti, que era un bohemio, sin saber de tal epíteto, no le daba vergüenza hablar de su pobreza, ni de las trazas picarescas a que había recurrido muchas veces para salir de atrancos.
Poco a poco los muchachos se habían ido acercando a las muchachas, y sin respetar lo sagrado del recinto ni hacer caso de las cruces severas colgadas de los muros, comenzaban a decirse cositas más o menos picarescas al oído: ¿Cuándo sigue usted el ejemplo, Fulanita? La verdad es que si todas ustedes hiciesen lo mismo, ¡qué sería de nosotros! Pues no dejaría usted de estar linda con el hábito.
Nuestras novelas picarescas son cuentos de refectorio inventados a la hora de la digestión, con los hábitos sueltos, las manos cruzadas en la panza y la triple barbilla sobre el escapulario.
Inclinado sobre la caja buscando tipos, ajustando palabras en el cajetín, o distribuyendo letras, su frente solía plegarse con un entrecejo serio de obrero ya machucho: entonces no hablaba y fija la atención en lo que hacía, sus ojos negros adquirían cierta expresión de gravedad cómica: en la calle, corriendo o jugando, con el pelo alborotado, tostada la tez, ladeada la gorrilla, descarado el mirar y rebosando malicia, traía a la memoria los chicos de las antiguas novelas picarescas.
Dos horas después, lord Gray estaba en el salón de su casa, vestido como de costumbre, después de haber borrado con abundantes abluciones la huella de sus barrabasadas picarescas.
La generala, a cada nuevo equívoco o reticencia, mostraba mayor alegría, se desternillaba de risa y daba pie con sus ingeniosas y picarescas respuestas a que el joven se engolfase cada vez más adentro. Ya no pensó más en cambiar de sitio; se encontraba admirablemente a los pies de Lucía. La generala quería averiguar quién era la máscara que tantas y tantas buenas cosas sabía.
En las ficciones novelescas he de confesar que estoy algo prevenido contra los hombres y las mujeres de la ínfima plebe, que calzan el coturno, que se muestran poseídos de las pasiones y sentimientos más sublimes, y que vienen a ser dignos personajes de verdaderas tragedias y no de aventuras picarescas como en Rinconete y Cortadillo, o de parodias como El Manolo, El Muñuelo, Inesilla la de Pinto y Pancho y Mendrugo.
Las comadres celebraron con alborozo el triunfo de Soledad, no sólo por ser de justicia, sino también por espíritu de cuerpo. Era la apoteosis merecida del elemento femenino. Y la celebraban y la festejaban con toda especie de palabrillas, homenajes y sonrisas picarescas.
La presencia del Provisor contuvo al señor Arcipreste, que, cortando la cita, añadió: ¿Parece que hemos tenido faldas por aquí, señor De Pas? Y sin esperar respuesta hizo picarescas alusiones corteses, pero un poco verdes, a la hermosura esplendorosa de la viudita.
Gustaba de hacer consideraciones picarescas sobre el espanto que se apoderaría de nuestros abuelos, si de repente los metiesen en el coche de un ferrocarril, o les dijesen que podían conferenciar cuando quisieran con un amigo residente en la Habana.
Palabra del Dia
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