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Despues se familiarizaban y se daban disimulados puñetazos, palmaditas en el vientre y algunos hasta se administraron familiares pescozones. Algunos, es verdad, adoptaban cierta actitud desdeñosa para hacer ver que estaban acostumbrados á cosas mejores, ¡vaya, si lo estaban!

Podían atestiguarlo los pescozones con que don Eugenio había saludado a su querido dependiente un lunes en el almacén, cuando vio a Melchor que, recordando el drama El jorobado, se creía un Lagardére, y con una vara de medir ensayaba la gran estocada de Nevers, acribillando los fardos de un modo que hacía temblar por la integridad de los géneros.

Y era digno de verse cómo se coordinaba poco a poco el menudo ejército; cómo sin prodigar órdenes se formaban columnas; cómo se eliminaba a las hembras, aunque alguna hubo tan machorra que defendió a pescozones su puesto y jerarquía. Crecía el estrépito, engrosaban las haces. ¿De dónde había salido toda aquella gente?

La indignación contra el grosero interruptor creció a tal punto con estas humildes palabras, que se oyen gritos amenazadores y muchos agitan los puños frente al sitio de donde había partido la voz. Alvaro Peña, el orador griego, más indignado que nadie, sube por fin a la cazuela y a pescozones y coces arroja al desgraciado Mechacan del teatro entre los aplausos del público.

Crió a una sobrina, a quien quiso a su manera, que era un amor entreverado de pescozones y exigencias. La tal sobrina casó con Rufete, resultando de esta unión una desgraciada familia y el violentísimo odio que la Sanguijuelera profesaba a todos los Rufetes nacidos y por nacer.

Sin decir palabra, con cólera muda, cayó sobre el infeliz muchacho, y á pescozones y puntapiés lo arrojó de la taberna. Luego, jadeante y pálido, se acercó al mostrador. Oye, niña, ¿no te he dicho que no me da la gana que ese granujilla ponga los pies en esta casa? ¿Es que te quieres divertir conmigo? Y alzando al mismo tiempo la mano, le dió un golpe en el rostro.

Tan pronto, acometido de cólera furiosa, proyectaba arrojar á su amigo de la tienda á puntapiés y pescozones, como, presa de profundo abatimiento, quedaba paralizado y devoraba su afrenta en silencio; comía poco, no bromeaba jamás y, contra su costumbre, bebía bastante vino. Al fin rompió la cuerda, como era de presumir.

Al comenzar la batalla quiso arrojarse en ella poniendo su fuerza inmensa al servicio de su patria; pero la tía Jeroma, la más noble de las mujeres, le sujetó indignamente por la cabellera y á pescozones le encerró mal de su grado en casa, privando á Entralgo de uno de sus guerreros más perniciosos y matando en flor mucha hazaña memorable.

Apenas lo supo, mandó que pusiesen las jamugas a la burra, se hizo acompañar en otra burra por su confidenta, y sin que su marido lo notase, se fue por aquellos vericuetos hasta llegar a la casería. Terrible fue la entrevista con la pecadora, a quien echó de allí a pescozones. Debo advertir que en este y otros casos se avivan los celos con poderosas razones económicas.