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Actualizado: 21 de abril de 2025


Es cierto... Lo que usted dice es justo y cierto... ¡Ah, María Teresa, María Teresa!... Y trastornado, Juan balbuceaba: ¡Libre, usted es libre! La joven respondió: No, Juan, no, yo no soy libre; si me he desligado, es porque, durante mis frías relaciones con Martholl, conocí que todo mi corazón pertenecía a otro... ¡A otro! ¡Ah! Juan, ¿no adivina usted?

Ella se repetía continuamente que don Diego la cuidaba por deber o, mejor dicho, para descargo de su conciencia, que la amistad no entraba para nada en todas aquellas atenciones; que él desempeñaba fríamente el papel de buen marido; que amaba a otra mujer; que no se pertenecía y que había dejado su corazón en Francia.

Quiso, antes de partir, ver el cuarto de Josefina, tender la mirada sobre cuanto la pertenecía, tocar lo que ella tocaba, vivir un instante en el sagrado recinto que cobijaba su sueño, y recoger, tal vez con la imaginación extraviada, el eco de alguna palabra de amor perdida entre los cortinajes del lecho virginal.

Su alma varonil y fuerte pertenecía a la aristocracia de los que prolongan un amor único hasta el más alto idealismo, ennobleciendo de este modo los instintos de la carne.

Por su parte Núñez hizo de Tristán su amigo porque le halló inteligente y figurando entre los jóvenes de más porvenir en la literatura, porque vestía con elegancia y pertenecía a una familia opulenta. La vida de ambos no era igual, sin embargo.

Lo más probable era que la persona conocida con el sobrenombre de «el ciego», que era el enemigo de Blair, según se adivinaba por la carta, había conseguido apoderarse de la preciosa bolsita de gamuza, que, por derecho, me pertenecía ahora, como también del misterioso secreto que encerraba.

Don Diego traducía a su mujer los relatos interminables del guarda, pero la impaciencia febril de la enferma quitaba todo encanto a la excursión. La pobre niña no era dueña de misma; pertenecía a la enfermedad y a la muerte próxima. No caminaba nada más que por sentirse vivir, ni hablaba más que por oír su voz.

Nadie pensaría que aquel magnífico patio pertenecía a la hidalga pero humilde morada de donde salía nuestro caballero. Y en realidad no era así. Aquella casita de paredes blancas y balcones de madera estaba allí solamente como un recuerdo de familia. A su lado, apartado treinta o cuarenta pasos, se alzaba un moderno y suntuoso hotel que bien pudiera denominarse palacio.

Don Fadrique, según la general tradición, era un hombre de este género: un hombre jocoso de puro serio. Claro está que hay dos clases de hombres jocosos de puro serios. Á una clase, que es muy numerosa, pertenecen los que andan siempre tan serios, que hacen reir á los demás, y sin quererlo son jocosos. Á otra clase, que siempre cuenta pocos individuos, es á la que pertenecía D. Fadrique.

No siga usted. ¡Virgen del Carmen! Está usted muy dañada. Parecíame a prosiguió la penitente sin poder contener la efusión de su sinceridad , que aquel hombre me pertenecía a y que yo no pertenecía al otro... que mi boda era un engaño, una ilusión, como lo que sacan en los teatros. Calle, cállese por Dios...

Palabra del Dia

patar

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