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Actualizado: 11 de junio de 2025


Las Filomenas ocuparon su sitio detrás de las monjas, unas y otras con los velos por la cabeza. Las Josefinas permanecían en la habitación que hacía de coro. Belén y las damas cantoras entonaban inocentes romanzas, mientras duró el Manifiesto, en las cuales se decía que tenían el pecho ardiendo en llamas de amor y otras candideces por el estilo.

Tan luego como supo el domicilio de ellas se constituyó en asiduo paseante de la calle y comenzó a espiar los balcones de la casa con el celo y la insistencia del más rendido galán; pero los balcones permanecían herméticamente cerrados como los de un convento; por más que hizo nunca logró ver a Julia.

Mientras la barbarie y la ignorancia imperan en la mayor parte de nuestras comarcas, ellos, que son los únicos que tienen fuerza para desterrarlas, permanecían aquí inmóviles, faltos de una mano que los empuje y arranque de sus entrañas los secretos de la ciencia y la políticaPoco faltó para que los besara y abrazara tiernamente.

Dejó á sus espaldas los numerosos peones de Pirovani, llegando al lugar donde sus propios obreros abrían los canales. Estos trabajadores no permanecían en perezoso descanso. Torrebianca los dirigía y vigilaba, dándoles ejemplo con su actividad. Al ver á Robledo lo llevó aparte, como si tuviera que comunicarle una mala noticia.

Aumentaba el número de los señores graves que permanecían de pie cerca de ella contemplando el mar con aire pensativo, mientras de sus labios fingidamente inmóviles dejaban caer proposiciones con acompañamiento de cifras. Marcela ya no hablaba con Isidro de la gran casa de París que le había confiado su representación.

Con la emoción del encuentro los dos amantes habían olvidado toda prudencia, y empezaron á hablarse en el idioma del país. Luego se fijaron en los atletas que permanecían junto á ellos, dentro del retiro formado por el brazo del gigante, y creyeron prudente valerse de otro lenguaje. Gillespie oyó claramente cómo los dos seguían el diálogo en inglés.

Lo indulgente que con las culpas era, hacía creer a los culpables que permanecían sus faltas casi ignoradas, y si trataba de corregirlas, nunca las reprendía ante tercero, sabiendo que nada se remedia empezando por lastimar el amor propio.

Viejos con luengas barbas, gorros de piel de cordero y peludos gabanes, permanecían en cuclillas mirando el mar, como fakires en éxtasis. Unos jóvenes tendidos sobre el vientre, con la quijada entre las manos, escuchaban la lectura en alta voz de un camarada.

Para él, los que permanecían indiferentes ante la suerte del país y no figuraban en el censo del partido eran «probes vítimas de la ignoransia nasional». La salvación estribaba en que la gente supiese leer y escribir. El, por su parte, renunciaba modestamente a esta regeneración, considerándose ya duro para aprender; pero hacía responsable de su ignorancia al mundo entero.

Permanecían inmóviles, flácidos, torpes, bajo la caricia pálida de los rayos solares, rezumando grasa por sus poros. Muchos parecían dormir. Algunos más jóvenes, como si presintiesen un peligro al aproximarse al buque se arrastraban sobre sus cortas nadaderas, arrojándose al agua con el estrepitoso chapoteo de un odre inflado.

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