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Actualizado: 11 de junio de 2025


quién eres, pequeño decía . La semana pasada te vi rondando por estos sitios. ¿Diste al Señor mi recado? ¿Qué es lo que contestó? Las más de las veces los ángeles permanecían silenciosos ó balbuceaban palabras sin ilación, como niños bien educados que no quieren decir cosas desagradables á una señora. ¡Pero

Sobre el atril permanecían abiertos varios cuadernos de música manuscrita. Al ver que Lubimoff se fijaba en ellos, el pianista hizo un gesto desesperado. Era grande su pobreza: tenía que dar conciertos para vivir, se veía obligado á estudiar obras nuevas. Habló de estos trabajos como si representasen la más cruel imposición de la realidad, la mayor decadencia de su vida.

En el resto de la semana permanecían los gitanos en las Cambroneras sin hacer nada, esperando el regreso de sus hembras, pájaros vivarachos y parleros que traían en el pico el pan de la familia. Desayunábanse con una copa de aguardiente o un mendrugo, y aguantaban el hambre durante todo el día, en plácida vagancia.

Haced tambien memoria de que nuestros padres fueron avisados de Daniel, cuando estuvo en Babilonia, de donde por su órden i disposicion vinieron á España, i les profetizó la muerte de el Justo, por cuya causa habia de ser desolado el templo de Jerusalen, i que Jeremías i otros profetas sienten mal de los judíos que permanecian en Jerusalen, no queriendo bajar á Ejipto con el mismo Jeremías; pero de los judíos buenos enviados por Dios á España, hablan bien.

Mientras Cristeta hablaba o escuchaba, su propia voz y la de Juan parecían infundirle tranquilidad y sosiego: pero en los breves intervalos en que permanecían callados, entre frase y frase, aquel silencio era para ella un nuevo y peligroso incentivo, añadido a la fascinación que en su ánimo juntamente levantaban la sed de amor y las palabras del hombre.

Un destacamento de amazonas armadas con arcos llenaba tres vehículos enormes, sin duda para recordar al gigante que no era mas que un prisionero. Las dos máquinas voladoras que permanecían día y noche sobre el enorme edificio abandonaron su inmovilidad, lanzándose á través del aire como para indicar la dirección al cortejo terrestre.

De estos hombres, algunos lloraban sentados; otros permanecían de pie, pálidos, inmóviles, con el sello terrible que deja un dolor profundo sobre un organismo fuerte y varonil; otros, fingiendo tranquilidad, trataban de ocultar con una sonrisa violenta el llanto que asomaba á sus ojos.

Ningún hombre se veía por los pequeños espacios libres entre casa y casa que hacían el oficio de calles: todos eran voluntarios y estaban en el monte. En las cañadas cercanas no había ganado al regalo de la yerba. Algunas techumbres despedían el humo de los hogares encendidos, indicando que allí permanecían los viejos, los chicos y las mujeres.

Los más de los cantores permanecían ocultos en la muchedumbre, con la simpleza de una devoción que no necesita ser vista en sus expansiones; otros, orgullosos de su voz y de su «estilo», ansiaban exhibirse, plantándose en mitad del arroyo ante la santa Macarena.

Recorrió varias calles gozando este sosiego extraño parecido á un letargo. Su pensamiento y su corazón permanecían quietos. Reinaba un silencio profundo en aquella última hora de la noche. Ni un transeunte se tropezaba por casualidad en las calles. Sólo sus pasos sonaban sobre la acera y de vez en cuando el silbo agudo del pito de los serenos.

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