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Actualizado: 23 de junio de 2025


D. Gaspar apuntaba para el director de la murga como diciendo: «A éste se debe todoEl director de la murga apuntaba para D. Gaspar, manifestando por mímica: «El triunfo es de este señorPor último, en la imposibilidad de expresar de un modo más plástico la profunda admiración que el uno sentía por el otro y la perfecta compenetración de sus espíritus entusiastas, se abrazaron en medio del escenario y permanecieron unidos bastante tiempo.

Veamos les dije; ¿quién de estos señores, que todo lo saben, nos dará la clave de este enigma? ¿Quién nos podrá contar la historia de ese palco misterioso? Todos permanecieron silenciosos, hasta el profesor, el cual, pasándose una mano por la frente como procurando recordar la anécdota, hubiera concluido probablemente por inventar una; pero el notario no le dio tiempo para ello.

Solo la luz es comparable a mi felicidad». Cerca, de la costa permanecieron Martí y sus compañeros hasta el día 16 que salieron con dirección a la jurisdicción de Guantánamo. Los españoles, sabedores de la llegada de los expedicionarios y de que rondaban por esos lugares, le salieron al encuentro en número de cuatrocientos hombres.

La voz de Margarita temblaba al decir esto, como si fuese á llorar; pero sus ojos permanecieron secos. No sentían la irresistible necesidad de las lágrimas. El llanto era ahora algo superfluo, como otras muchas cosas de los tiempos de paz. ¡Habían visto sus ojos tanto en pocos días!... ¡Cómo le amas! exclamó Julio.

Subieron con ellas, permanecieron de visita más de una hora, cantó Amparito para obsequiar a su futuro suegro, y cuando salieron a la calle, el padre y el hijo marchaban como compañeros unidos fraternalmente por una común empresa.

Los hombres de categoría y dignidad que se hallaban más inmediatos al ministro, se quedaron tan sorprendidos y perplejos acerca de lo que significaba aquello que veían, tan incapaces de comprender la explicación que más fácilmente se les presentaba, ó imaginar alguna otra, que permanecieron mudos y tranquilos espectadores del juicio que la Providencia parecía iba á pronunciar.

La mujer y las hijas del arruinado labrador fuéronse con unas vecinas á pasar la noche en sus barracas. El tío Barret se quedó allí, bajo la vigilancia de Pimentó. Permanecieron los dos hombres hasta las diez sentados en sus silletas de esparto, á la luz del candil, fumando cigarro tras cigarro. El pobre viejo parecía loco.

Otras atravesaron la plaza con los paraguas abiertos. Los menos, permanecieron en el mismo sitio haciendo interminables comentarios sobre lo que acababa de ocurrir. Al fin quedó una media docena de curiosos, que, fatigados de murmurar en aquel paraje, se fueron a hacer lo mismo al café de la Estrella.

Sólo unos criados permanecieron junto al cuerpo del cosaco, tendido de bruces, viendo respetuosamente cómo se agitaban por última vez sus piernas, cómo se iba vaciando lentamente por el cuello, cómo se extendía una mancha negra en la nieve, que empezaba á azulear bajo la lividez del alba.

Luego agregó: Sea por siempre bendita y bendecida. El llanto de Vérod era tempestuoso. Roberto, ¡qué bueno es usted! ¡Gracias!... ¡Adiós!... Diciendo esto, se inclinó a besar la mano del joven. Pero Roberto Vérod la retiró y abrió los brazos. Los dos hombres permanecieron un momento estrechamente abrazados. El Príncipe preguntó en voz muy baja: Hermano, ¿me perdonas? Te perdono, hermano.

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