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Actualizado: 3 de mayo de 2025
D. Peregrín, después que llegó de su excursión burocrática por Cataluña, también adquirió el hábito de pasar un rato todas las noches en casa de D.ª Teodora.
El calor se iba haciendo por momentos intolerable. D. Peregrín dejaba escapar por sus narices de trompeta unos bufidos semejantes a los de las locomotoras, y se alzaba sobre las puntas de los pies, sin lograr enterarse de nada. ¡Si al menos tuviera la estatura de su hermano Juan!
¡Déjenos usted de Tarragona, D. Peregrín! interrumpió el señor de las Casas. Aquí lo que procede es atender a esa niña... Usted, señora, haga lo que sepa para hacerle volver en sí. Usted, D. Peregrín, que conoce bien la población, vaya a buscar un médico... Y tú, don Gil el enamorado... al infierno si te parece.
¡Oiga usted, grosero, sucio, cínico, desorejado! rugió D. Peregrín cogiendo por el cuello al contrahecho y sacudiéndole con rabia. Acto continuo le vuelvo a usted, y con estas botas gordas que usted ve aquí le doy a usted dos puntapiés en el trasero. El físico de D. Peregrín no era a propósito para infundir terror pánico en el corazón de sus enemigos.
Y es que no hay nada que desanime a los héroes tanto como las cárceles celulares. Llamaron inmediatamente a D. Peregrín Casanova, el cual, al revés de lo que le había sucedido a su amigo, entró majestuosamente en el salón, resoplando y balanceándose como un vapor que atraca al muelle.
Entonces él, encargado de velar por el gobierno y el partido, había llamado al alcalde a su despacho y le había dicho: «Amigo mío...» Aquí una tirada de observaciones que D. Peregrín, cada vez que la repetía, iba haciendo más enérgica, hasta convertirla en severísima filípica.
Aunque debía de estar bien convencida de la superioridad de D. Peregrín, como hombre de mundo y erudito, no por eso dejó de seguir prodigando a don Juan las mismas señales de afecto. Al contrario, los desprecios de su hermano no sirvieron más que para que se lo manifestase más vivo que antes. Esto llenó de amargura el corazón de don Peregrín.
Los demás, incluso D.ª Eloisa, alzaron la cabeza con curiosidad. ¿Quién era? Su cuñada Joaquina gritó más que dijo el ex-gobernador interino de Tarragona, como si anunciara el juicio final. Profundo estupor en toda la tertulia. ¡Mi cuñada! exclamó. Su misma cuñada confirmó D. Peregrín con trompeteo horrísono. ¡No puede ser! dijo D.ª Eloisa. ¡No puede ser! exclamó su marido, suspendiendo el juego.
Los quince días que había desempeñado el gobierno de Tarragona, por ausencia del gobernador y enfermedad del secretario, eran la edad de oro de la existencia de don Peregrín, el período dulce y poético cuyo recuerdo hacía vibrar siempre su corazón. ¡Cuántos sucesos en aquellos quince días! ¡Cuántas imágenes brillantes de gloria y poder surgían en su mente al pensar en ellos!
Peregrín, debes tener presente que no le has hecho más que una visita en Madrid, y por la noche, según me has dicho apuntó tímidamente D. Juan. El ex-gobernador arrojó a su hermano una mirada de indecible desprecio. Juan, no metas la pata. Peregrín, no sé por qué... ¡Juan!... ¡Peregrín!... ¡Que no la metas! ¡Que no la metas!
Palabra del Dia
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