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El 20 de marzo de este año, los vecinos de un pueblo del Chaco santafecino persiguieron a un hombre rabioso que en pos de descargar su escopeta contra su mujer, mató de un tiro a un peón que cruzaba delante de él. Los vecinos, armados, lo rastrearon en el monte como a una fiera, hallándolo por fin trepado en un árbol, con su escopeta aún, y aullando de un modo horrible.

Vió el joven los cuerpos de dos mastines muertos sin duda recientemente, pues tenían sus cabezas destrozadas sobre un charco de sangre. Siguió avanzando, y á pocos pasos de la casa encontró á un hombre tendido en mitad del camino. También estaba muerto. Era un peón de Rojas, un mestizo al que creía haber visto algunas veces, á pesar de que su rostro estaba ahora destrozado á balazos.

El pobre peón estaba muy malito: ¡á ver si lo sacaba adelante!... Ella le había tomado ley después de tenerlo varios años en su casa. Y al lamentarse, había tal expresión de frío egoísmo en sus ojos, que el doctor la atajó brutalmente: Sobre todo, lo que usted más siente, tía Gertrudis, es perder un real diario si muere. ¡Ay, don Luis, hijo! Semos probes y cada vez hay más casas de peones.

Una vez caía yo de un camino de encrucijada al de Buenos Aires, y el peón que me conducía echó, como de costumbre, la vista al suelo. «Aquí va dijo luego una mulita mora muy buena... ésta es la tropa de don N. Zapata..., es de muy buena silla..., va ensillada..., ha pasado ayer...» Este hombre venía de la Sierra de San Luis; la tropa volvía de Buenos Aires, y hacía un año que él había visto por última vez la mulita mora, cuyo rastro estaba confundido con el de toda una tropa en un sendero de dos pies de ancho.

Apenas libre y concluída su misión, el pobre caballo, en cuyos ijares era imposible contar el latido, tembló agachando la cabeza, y cayó de costado. Míster Jones mandó al peón a la chacra, aún rebenque en mano, para no echarlo si continuaba oyendo sus jesuíticas disculpas. Pero los perros estaban contentos. La Muerte, que buscaba a su patrón, se había conformado con el caballo.

Para evitarse gastos había emprendido la travesía del desierto con un sólo peón indígena y una tropilla de seis caballos del país, capaces de alimentarse con lo que encontrasen, sufridos animales que se iban relevando en la tarea de llevar sobre sus lomos á los dos viajeros.

Era el único que podía tutearle, como un privilegio de la época en que el general frecuentaba la tienda del gachupín como simple peón, llevándose al fiado de comer y de beber. Además, este personaje opulento y respetable era el que se encargaba de figurar como único contratista en todos los servicios de las tropas.

Yo había oído muchas veces esta frase en Colombia, con un sentido muy diferente. Allí se llama pelar la pava estar ocioso, perdiendo el tiempo cuando se está obligado á una labor ó faena, como el peón que suspende el trabajo para echarse a dormir ó ponerse á charlar sin oficio.

Todo el paisanaje se lanzó a escape tras los competidores entre los que desde el «pique» hizo «punta» el «malacara» montado por Juancito el peón de la caballeriza solicitado al efecto por su dueño con la promesa de darle dos pesos si ganaba la carrera.

Pues en cuanto bajé del caballo vi aparecer al «ñato», a otro individuo que parecía peón, a una señora de buen aspecto y alguien más... no me acuerdo... que me miraron desde una distancia y se alejaron en seguida, en momentos en que la «Pampita» me tendía la mano y me saludaba como a un viejo amigo, ofreciéndome asiento.