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Aleccionado por los días de penuria, puso coto a los derroches de su mujer, cuyo carácter, por milagro sin duda de la Divina Providencia, para quien no hay imposibles, mejoró notablemente. Ovillitos enfermó de gravedad al descubrir que su tesoro se había convertido en pájaro y volado del encierro.

No dejaba de echar también un vistazo a los restaurants, y en general a todas las tiendas, que en su larga vida de penuria bochornosa había mirado con desconsuelo. Pasó en esta vagancia dichosa algunas horas, sin cansancio. Sentíase fuerte, saludable, y hasta robusto. Miraba cariñoso, o con cierto airecillo de protección, a cuantas mujeres hermosas o aceptables a su lado pasaban.

Y algunos, más ingenuos, confesaban la penuria de su presupuesto, maldecían de las exigencias sociales... y se reservaban para «última hora». Porque a última hora bailaban, pese a Ronzal, los de levita, los de jaquet y hasta los de cazadora. «¡No faltaba más!». Saturnino Bermúdez, que tenía frac, y clac y todo lo necesario, llegó un poco tarde al salón. Se detuvo en una puerta... y... tembló.

En el pueblo de Santa María iban las cosas de mal en peor, porque el cura fuè á la Candelaria. Concluidos algunos negocios del pueblo, siguieron los principales y pidieron al vice-Superior otro cura, mas por la penuria de quienes supiesen la lengua, porque casi todos los lenguaraces estaban detenidos y custodiados por los indios en los pueblos del Uruguay, no se les concediò lo que pedian.

A lo cual respondo: que la falta de dinero, la penuria pública, los apuros del Tesoro, las lamentaciones que oigo por todas partes, la esperanza que muestran algunos de que los economistas nos van a salvar, la poca confianza que advierto en otros en la eficacia saludable de los economistas, los discreteos de todos, los medios que tantos proponen, convertidos en arbitristas, para llevarnos a puerto de salvación, y las diversas explicaciones que dan sobre las causas del grave mal que padecemos, todo me ha impulsado con irresistible vehemencia a meditar y discurrir sobre estos asuntos, en los cuales confieso mi escaso o ningún saber.

Tal vez él no creía en tal penuria; tal vez, como un miserable, pensaba que ella podía entregarse a cierta clase de aventuras, que le facilitarían suficientes medios para vivir en la abundancia. Pues, no, no. Creyéralo o no, ella no podía dejar de volver los ojos a la vida tranquila, serena, que él la había enseñado a preferir, penetrando sus verdaderos goces.

Un tanto se auxiliaban con unos cuantos pesos que, muy mal cobrados y muy regañados, ganaban doña Andrea y las hijas mayores enseñando a algunas niñas pequeñas del barrio pobre donde habían ido a refugiarse en su penuria. Pero el dibujo de Goya, ese si se vendió bien. Ese, él solo, produjo tanto como las margaritas y las cucharas de plata, y el aguacate.

Pero los Padres, antes de hacer pie firme en algún lugar, querían correr toda la provincia; por lo cual, dándoles buenas esperanzas, se partieron, asistidos siempre del hijo de aquel buen caballero, que jamás quiso apartarse de su lado en aquella peregrinación; y pasando luego á las riberas del río Parapití y, pobladas de muchas rancherías, fueron recibidos de todos con señas de grande afecto y tratados lo mejor que la pobreza y penuria del país permitían.

Cuando Siles echó fuera de su carga mental, tornó a pasearse por los cafés, por las tabernas, envuelto en su pintoresco carrick. Al cabo de unos años se quebró el cristal encantado de la leyenda, y volvieron los días de penuria y la sórdida pobreza ululaba a la puerta de su hostal.

Pero como no sucedía así, los meses corrían y hasta los años, y Cafetera, lejos de llegar á capitalista, perdió los últimos pingajos de su vestido, ganando en cambio muchas nociones de baraja y no pocos títulos de borracho sobre el que ya tenía bien merecido. Entonces comenzó á mirar con desaliento la mezquindad de la Dársena, y la penuria de su explotación legal.