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Actualizado: 7 de julio de 2025


Sospecho que van tras de alguno pensó; tal vez tras de . Introdujo en su bolsillo el pañuelo con que había sacudido de sus botas el encarnado polvo de Poker-Flat, y con entera calma desechó de su mente toda conjetura. La verdad era que Poker-Flat andaba tras de alguno.

Hubiérase abalanzado a la miserable para clavarle en aquella cara diablesca las diez uñas de sus extremidades superiores. Pero esto que algunas veces se piensa y se desea, rara vez se hace. Levantose... Sólo pudo articular un sonido gutural, débil expresión de su ira, atenazada por la dignidad. «Está jugando conmigo como un gato con una bola de papel... pensó . Me voy; si no, la ahogo...».

Lo hubiera deseado, para darse el gozo de arrojarla con algunas frases despreciativas que le llegasen hasta el fondo del alma. Hubo un instante en que pensó que este deseo se realizaba. Sintió pasos en la escalera: toda su sangre fluyó al corazón; se apresuró a dejar el pasamanos y a meterse de nuevo en el cuarto. Era Dolores que subía a pedirle una llave.

Pero la hermosura de Preciosa aquel día fué tanta, que ninguno la miraba que no la bendecía, y llegó la nueva de su belleza a los oídos de la señora Corregidora, que por curiosidad de verla hizo que el Corregidor su marido mandase que aquella gitanica no entrase en la cárcel, y todos los demás , y a Andrés le pusieron en un estrecho calabozo, cuya escuridad y la falta de la luz de Preciosa le trataron de manera, que bien pensó no salir de allí sino para la sepultura.

Isidro los contempló con un desprecio admirativo. Empezaban su tarea diaria, que había de concluir pasada media noche, sin más intervalos que los de las comidas. «¡Qué gentes! pensó . Hacen el viaje sin saber dónde están, sin haber echado una mirada al mar. En el comedor comentan entre bocado y bocado los incidentes del juego.

Pensó que ella se asustaría al verle entrar tan descompuesto, al sentir abrir la puerta. Por fin, con la mayor cautela, puso la llave en la cerradura, le dió vueltas y abrió muy quedo. Entró, volvió á cerrar y dió algunos pasos. Era ya tarde: la casa estaba obscura; no veía nada. Anduvo á tientas un rato. Al fin distinguió los objetos, y siguió por el pasillo.

Después de haber desechado muchos, pensó en uno que hay en Ecija, con cuya abadesa se carteaba, porque era allí donde se hacían los célebres bizcochos de yema imitados por Juana la Larga.

La infeliz pensó que el mismo demonio venía a arrebatarla. Dio un grito horrísono y se le cayó la palmatoria de la mano. Cuando la gente de casa acudió yacía en el suelo privada de conocimiento. El mono se balanceaba en lo alto de una percha, revelando en su fisonomía expresiva la sublime indiferencia que caracteriza a los seres no adulterados aún por ideas metafísicas.

Que no los puede ver ni pintados. Lo creo... ¡Valientes pillos! Sin embargo, dígame usted: ¿No volvería a tener amistad con alguno de ellos, si la solicitara? Con ninguno... dijo Fortunata. ¿De veras? Piénselo usted bien. Fortunata lo pensó, y al cabo de un ratito, la lealtad y buena fe con que se confesaba mostráronse en esta declaración: «Con uno... qué yo... Pero no puede ser».

Pacorrito lo conoció en la luz singular de sus quietos ojos azules, que despedían llamaradas de amor y gratitud. Señora, ¿quién os trajo á tan triste estado? exclamó en tono patético, angustioso. Pero pronto al dolor agudísimo sucedió la ira, y Pacorrito pensó tomar venganza de aquel descomunal agravio.

Palabra del Dia

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