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Actualizado: 7 de mayo de 2025
El Magistral pensó por su parte al ver a don Álvaro: «¡Si yo me arrojara sobre este hombre y como puedo, como estoy seguro de poder, le arrastrara por el suelo, y le pisara la cabeza y las entrañas!...». Y tuvo miedo de sí mismo. Había leído que en las personas nerviosas, imágenes y aprensiones de este género provocan los actos correspondientes.
Cocidos a diez céntimos.» ¡A diez céntimos! ¿En qué consistirían estos cocidos?... Pensó en ellos con repugnancia; pero se dijo que alguna vez habría visitado la taberna en otra época, de conocer tal baratura. En muchos balcones exhibíanse anuncios de pirotécnicos, con muestras de ruedas de artificio y enormes petardos.
¿Es mejor que el de María Huerta? preguntó con tonillo irónico, donde no se adivinaba, sin embargo, gran irritación. Pepa había cambiado de plan: pensó que sería mucho mejor adoptar la vía diplomática. A un chiquillo como Emilio, que no había sido indócil hasta entonces, era fácil atraerlo con el cariño. Aquél, en la oscuridad del coche, se había puesto colorado. El de María Huerta no vale nada.
Quería sumergirse, desaparecer, descansar entregada a un sueño sin límites, y pensó como en un blando y misterioso lecho, en aquella tierra lejana de su infancia, donde estaba su único pariente, la tía devota y simple que la escribía dos veces por año, recomendándola que pusiera su alma en regla con Dios, para lo cual ya ayudaba ella con sus devociones.
Habían recetado al enfermo campo y descanso o trabajo metódico y moderado. Importándosele poco su vida, ya sin halagos, pensó él descuidar los consejos médicos... Pero Laura no lo permitió. Facilitó la liquidación de su casa en la ciudad.
Como advirtiera la dama en los ojos de su interlocutora una lucidez y movilidad singularísimas, sospechó si aquella mujer padecería enajenación mental. Su tono y su mirar eran muy extraños, impropios del lugar y de la sosegada conversación que ambas sostenían. «A esta mujer hay que dejarla pensó Jacinta ; me callaré». Guardaron silencio un rato mirando al suelo.
Al camposanto es á donde tu vas prontito pensó Torquemada; y luego en alta voz: Sí, eso es cuestión de ocho ó diez días... nada más.... Luego, saldrá usted por ahí... en un coche.... ¿Sabe usted que la buhardilla es fresquecita?... ¡Caramba! Déjeme embozar en la capa. Pues asómbrese usted dijo el enfermo incorporándose. Aquí me he puesto algo mejor.
Ahora pensó ahora necesitaré casa, cama, la mar de médicos y cirujanos, modista, mucha comida, un buen fuego... y nada tengo. Pero como estaba tan fatigado, recostó la cabeza sobre el cuerpo de su ídolo, y se durmió como un ángel.
Toda la alegría, toda la ternura que en aquel momento rebosaba de su corazón, desbordose con violencia sobre la criatura, a quien cubrió de besos. No se acordó para nada de su rival, a quien adivinaba vencida. Sólo pensó en que era hija de él, su sangre, su misma imagen.
Un tropel de pájaros refugiados bajo las claraboyas de las naves revoloteaba en esta luz plomiza. Sus alegres piídos y el murmullo de sus alas sonaban como un remedo irónico de la alegre risa de la primavera. Maltrana pensó con horror en la posibilidad de un largo encierro en uno de estos ataúdes de mampostería.
Palabra del Dia
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