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Actualizado: 17 de junio de 2025


Al hacerme yo esta pregunta mentalmente, fue cuando Chisco se adelantó a Pito y a ; y con encargo de que me colocara el último de los tres, comenzó a andar con mucha cautela y muy arrimado al peñasco, lo poco que nos faltaba de camino hasta la orilla de la quebrada.

28 Ella habita y está en la piedra, en la cumbre del peñasco y de la roca. 29 Desde allí acecha la comida; sus ojos observan de muy lejos. 30 Sus polluelos chupan la sangre; y donde hubiere muertos, allí está. 1 Además [de eso] respondió el SE

Los otros padrinos se habían ido más lejos aún; los tres chóferes, enterados al fin del objeto de la correría, se agrupaban al pie de un peñasco, avanzando las morenas cabezas, abriendo los ojos ávidamente, pero sin que éstos reflejasen emoción alguna. Los dos argentinos seguían en lo alto de la roca, con las piernas colgantes, silenciosos y atentos como espectadores que ven levantarse el telón.

En dos minutos quedó el istmo despejado y abierta una senda en el campizo que tapizaba por allí los raigones del peñasco, hasta el montón de nieve sobre el cual yacía Chisco.

Bajábamos los tres en ala y a buen andar, con los perros atados muy en corto, porque a medida que nos acercábamos al peñasco, costaba mucho trabajo contenerlos, y mucho mayor acallar sus latidos. Era plan acordado ya atacar a la fiera en su guarida, entrando por el lado izquierdo de la boca, y no convenía que los perros se nos anticiparan, por razones, que se habían discutido también.

Pepita recordaba sus terrores de la niñez, cuando su aña, para imponerla silencio, la amenazaba con llamar á la Dama de Amboto, especie de hada maléfica, hija de un Jaun, de un caudillo legendario, que vivía como encantada en lo alto del peñasco y únicamente salía de su cueva para quemar las mieses, matar niños y perseguir á los pobres aldeanos con toda clase de maleficios.

Ramiro pensó con religioso espanto en las cuestas del eterno castigo que los réprobos tienen que trepar con los pies y con las manos, para caer de nuevo en las ondas inflamadas, y volver a trepar y a caer sin perdón y sin tregua, indefinidamente. Sentose sobre un peñasco. El río se deslizaba a una hondura terrible entre rocas herrumbradas y fieras.

Se pasaban los meses y los años sin que la planta de un hombre imprimiese su huella en él. Los altos muros negros y carcomidos, que cerraban en semicírculo la playa, esparcían sobre ella silencio triste. Sólo el grito de algún pájaro marino, al cruzar de un peñasco a otro, turbaba la eterna y misteriosa plática del mar.

La joven, roja como una cereza, con los ojos en un San José de su devocionario y el alma en los movimientos de su primo, procuraba huir de la valla del centro contra la cual amenazaban aplastarla aquellas olas humanas, que allí en lo obscuro imitaban las del mar batiendo un peñasco, en la negrura de su sombra.

Cádiz está como un peñasco en el centro de una inmensa llanura: por el oriente la llanura sólida, la vastísima costa de la baja Andalucía, completamente plana, extendiéndose hacia el Guadalquivir de un lado, y del otro hacia los lejanos contrafuertes de Ronda, siguiendo la dirección de Medinasidonia; al occidente, al sur y al nor-oeste los desiertos del Atlántico, llenos de luz y de solemnidad.

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