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Actualizado: 23 de junio de 2025


¿Se acabó todo? respondió la viuda con el mismo tono quejumbroso y lánguido. , mi tía respondió con acento breve y deliberado el joven Arturo, que parece un mozo bastante satisfecho de mismo. Hubo una pausa; en seguida la señora de Saint-Cast sacó del fondo de su alma expirante esta nueva serie de preguntas: ¿Estuvo bueno? Muy bueno, tía, muy bueno. ¿Mucha gente?

Hubo una larga pausa, un silencio tan difícil de sostener como de romper. Ninguno de los dos interlocutores se atrevía a hablar. Era, en verdad, la situación muy embarazosa. Tanto para ellos el expresarse entonces, como para nosotros el reproducir ahora lo que expresaron, es empresa ardua; pero no hay más remedio que acometerla.

Y después de una pausa añadió: Es duro, a mi edad, romper con unas amistades de cuarenta años. Kisseler es incorregible e incomprensible, es verdad... Los demás tienen más tacto.

«Para decirle...». Otra pausa, motivada por un golpe de destilación. D. Carlos se limpió los ojos ribeteados de rojo, y se frotó la recortada barba, la cual no tenía más razón de ser que la pereza de afeitarse.

Hubo un momento de pausa. El alto empleado tenía la cabeza baja. Despues, como si tomase una decision, la levantó, miró al General fijamente y, pálido y algo tembloroso, dijo con energía reprimida: ¡No importa, mi General, nada importa eso!

Pablo posee un espíritu de indagación asombroso; pero este espíritu de investigación es un valiente pájaro con las alas rotas. Hace días que está delirante, no duerme, y su afán de saber raya en locura. Quiere que a todas horas le lea libros nuevos, y a cada pausa hace las observaciones más agudas con una mezcla de candor que me hace reír.

Hubo una pausa larga, durante la cual Tomás ardía en curiosidad de saber en qué pararía aquello, aunque lo disimulaba perfectamente.

A me regaló su libro La Hacienda de España y modo de reorganizarla. Yo lo recuerdo como si fuera ahora. Era un señor grueso, alto, con la cara llena, todo afeitado... Pausa ligera. Suenan las fichas sobre los mármoles; el pianista preludia una melodía.

Con mi mujercita estaría yo a gusto aunque viviese en una zahurda comiendo berzas y pan negro. Y al mismo tiempo se inclinó para besar sus cabellos. Hubo una larga pausa en que ambos parecían paladear su dicha enternecidos.

No recuerdo un tiempo parecido desde mi venida a estas regiones. Hizo una pequeña pausa, pero como a nadie se le ocurrió impugnar esta observación metereológica, acudió segunda vez al recurso de su pañuelo, y por algunos momentos se enjugó con diligencia la frente. ¿Tiene usted algo que decir en favor del preso? preguntó por fin el juez.

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