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Actualizado: 15 de mayo de 2025


A su madre, que se oponía con ese ciego cariño maternal que no quiere encontrar rivalidades en el amor al hijo y por celos estorba muchas veces su felicidad. El mal que causase siguiéndola a ella no sería irreparable. Huirían juntos; pasearían su amor por el mundo. Y Leonora, cabizbaja, repetía débilmente: No; estoy resuelta. Partiré mañana sola.

Partiré mañana y no volveré a Longueval mientras ella esté ahí. Mi resolución está tomada, bien tomada. Pero continuó su camino; quería verla... por última vez. Apenas entró al salón, Bettina corrió a recibirlo: ¡Al fin llegasteis!... ¡Qué tarde! He estado muy ocupado. ¿Y partís mañana? , mañana. ¿Temprano? A las cinco de la mañana.

Pues bien la repliqué, yo desapareceré: partiré hoy mismo, dentro de un momento y nunca volverás a verme. ¿Quieres morir, sin embargo? me dijo. Tuve miedo de comprender, pero, no obstante, la pregunté: ¿Por qué? Sus palabras, nada me dijeron que yo no supiera ya. Porque si vivo seré suya. ¡Suya, de usted, de otro!... Una llamarada me subió a los ojos y a la frente.

Por lo pronto había hecho bastantes sacrificios en obsequio a los lazos superficiales que lo unían a la joven; tenía que serle permitido distraerse, y concluyó diciéndose en su fuero interno: Mañana, a más tardar, partiré para Compiegne; me olvidarían si no me viesen más en casa de Brimont ni en las cacerías del Marqués de Gerfant.

Pero no: mi pecado no ha de traer como indefectible consecuencia otro pecado. Lo que ya fue no puede dejar de haber sido, pero puede y debe remediarse. El 25, repito, partiré sin falta. La desenvuelta Antoñona acaba de entrar a verme. Escondí esta carta, como si fuera una maldad escribir a Vd. Solo un minuto ha estado aquí Antoñona.

Sólo le queda un partido que tomar: dejar este país sin demora y cortar resueltamente todas las esperanzas que entretiene su permanencia aquí. Cuando haya partido, me será más fácil volver á esas dos niñas á la razón. Pues bien, estoy pronto; partiré esta misma noche. Muy bien continuó: cuando le doy este consejo amigo mío, yo misma obedezco á una ley de honor bien rigurosa.

El día que usted entre en el colegio partiré yo a París. Hace largo tiempo he venido preparándome. Todo está ya dispuesto para asegurar la vida que allí he de llevar. Soy esperado. He aquí la prueba. Y así diciendo me mostró la carta. El éxito sólo depende de un pequeño esfuerzo y los he hecho más grandes por cierto. Usted que me ha visto trabajar lo puede decir bien.

Con vos, Marta, este obscuro cuarto es para un paraíso en la tierra. Estarás seguramente mejor en el convento. ¡Oh! Entonces, Marta, ¿vienes conmigo? , , estoy contenta. ¡Si pudiera irme en seguida de este sitio en que he sufrido tanto! Es cierto, hija mía, pero seguramente no partiré en el mismo coche que y no me verás en todo el viaje... ¿Te pones pálida otra vez?

Volví a entrar, cerré las puertas con la destreza de un sonámbulo o de un ladrón y vestido como estaba me dejé caer sobre mi lecho. Al amanecer estaba levantado acordándome apenas de la pesadilla que me había hecho errar toda la noche diciéndome: «Hoy partiré.» Y de ese propósito informé a Magdalena tan luego como la vi. Como usted quiera me contestó.

Palabra del Dia

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