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Actualizado: 20 de junio de 2025
La superstición y la ignorancia hacen bárbaros a los hombres en todos los pueblos. Y de los indios han dicho más de lo justo en estas cosas los españoles vencedores, que exageraban o inventaban los defectos de la raza vencida, para que la crueldad con que la trataron pareciese justa y conveniente al mundo.
I. Procesión del Corpus, art. 7.º: Otrosí es ordenanza que en dicho día en cada un año haya lo menos dos autos que sean de la Sagrada Escritura, que se representen en dicha procesión; el uno en la media villa arriba, y el otro en la media villa abajo, en el lugar donde le pareciese á la justicia y reglamento. Véase á Jovellanos, Memoria sobre las diversiones públicas. Madrid, 1812, pág. 54.
Una vez, en una reunión, estuve á punto de sorprenderlas en el cuarto de mi amada. Tenían un modo especial de darse citas, aun en mi presencia, sin que pareciese que se hablaban. Lea, como por juego, cogía á Juana en sus brazos y se ponían á bailar desenfrenadamente, hasta que faltas de aliento, casi asfixiadas, caían en un sofá, donde permanecían juntas como en una especie de letargo.
Sonó ésta, sin embargo, y trascurrieron algunos minutos después sin que el guapo pareciese. Pasó media hora, pasó una, y nada. Entonces la gallarda tabernera, abrasada el alma de despecho, subió á su cuarto y se quitó, mejor dicho, se arrancó con mano trémula el vestido de gala.
La teoría del «eterno recomenzar de las cosas» era falsa. Repetíanse los hombres y los sucesos, como en la Tierra se repiten los días y las estaciones; pero aunque todo pareciese igual, no lo era realmente. La forma exterior de las cosas podía semejarse; el alma era distinta. No; ¡rómpase la rueda! ¡perezca la inmovilidad! Los muertos no podían mandar.
Las nueve serían de la mañana, y el cielo estaba alegre, como si le pareciese bien lo que sucedía en la tierra. Era el día del año señalado para llevar flores a las tumbas de los soldados muertos en defensa de la independencia de la patria. Entre compañía y compañía, iban carros enormes en la procesión, tirados por caballos blancos, y henchidos de tiestos de flores.
Lubimoff se animó con esta demostración de confianza. No era galante dejar que trabajase sola: él la ayudaría. ¡Tú!... ¡tú! exclamó Alicia riendo, como si la proposición lo pareciese inaudita. El príncipe fingió enojo. Sí, él... Era un marino, y su vida de aventuras le obligaba á saber un poco de todo.
Pero como el viajero no pareciese dispuesto a realizar sus esperanzas, se resolvió ella, pasado algún tiempo, a volver a la carga, exclamando: Bien, ¿y qué hago yo? Usted no me dice cómo voy a salir del paso. ¿Adónde iba usted, señora, con su marido? Ibamos a Francia... a las aguas de Vichy, que le habían recetado los médicos. ¿A Vichy directamente? ¿No pensaban ustedes detenerse en alguna parte?
De aquí el grande embarazo en que se vieron doña Luz y su amante apenas se dijeron que se querían. Doña Luz, sobre todo, no sabía qué hacer. Se sentía avergonzada de lo que había dicho, quería huir de las miradas de aquel hombre, y no se resolvía a huir, temerosa de que su fuga pareciese artificio o ridícula puerilidad impropia de una mujer de veintiocho años.
Convendría que el gobernador tuviese un asesor o teniente letrado, un ayudante y escribano de gobierno, y que asimismo hubiese un protector de indios y un fiscal letrado, pues de otra forma no podría darse buena forma a este gobierno; y para pagar estas cinco plazas se podían sacar tres por ciento de las utilidades, señalando a cada uno lo que pareciese conveniente.
Palabra del Dia
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