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Había dejado en esta ocasión la espada negra un mozo de Montilla, bravo aporreador, quedando en el puesto otro de los Pedroches, no menos bizarro campeón, y arrojándose, entre otros que la fueron a tomar muy apriesa, don Cleofás la levantó primero que todos, admirando la resolución de el forastero, que en el ademán les pareció castellano, y dando a su camarada la capa y la espada, como es costumbre, puso bizarramente las plantas en la palestra.

No tenga usted cuidado: el público se morirá de risa, y la palestra queda por el que hace reír. ¿Qué más tiene el adversario? ¿Tiene alguna verruga en las narices, tiene moza, debe a alguien, ha estado en la cárcel alguna vez, gasta peluca, ha tenido opinión nula?... Algo, algo hay de eso.

Efectivamente, en Villaverde todos decían y escribían «villaverdino», hasta que, en mala hora, se le ocurrió a un periodista dudar de la acertada formación de la palabreja. Se alborotó el cotarro: salió a contender el «pomposísimo»; saltó a la palestra Castro Pérez; charlaron los pedagogos a su sabor; la cosa llegó al Cabildo, y los ediles tuvieron asunto para varias sesiones.

Unas veces risueño, como en el día de pesca, acompaña el idilio amoroso de Andrés; otras veces es campo de palestra virgiliana para las barcas del cabildo de Abajo y del de Arriba; y en la prodigiosa galerna final parece que lleva consigo, al estrellarse contra las Quebrantas y salpicarlas de rabiosa espuma, todas las iras, todos los odios y todas las venganzas de los personajes. ¡Arte singular de Pereda: saber hacer paralelos de esta suerte los fenómenos de la naturaleza y los del espíritu!

Toda abundancia, y todo honor te sobre. Que enfin has respondido á ser soldado Antiguo y valeroso, qual lo muestra La mano de que estás estropeado. Bien que en la Naval dura palestra Perdiste el movimiento de la mano Izquierda, para gloria de la diestra. Y que aquel instinto sobrehumano Que de raro inventor tu pecho encierra, No te le ha dado el padre Apolo en vano.

Inmediatamente sale á la palestra Matías, famoso tirador del valle de Langreo, deja caer la montera, toma la barra, afianza los pies, se revuelve con pausa y maestría y lanza el hierro al alto. Se clavó una cuarta más allá que la del mozo de los Barreros. ¡Hurra! gritó la muchedumbre. Pachón no se da por vencido. Toma de nuevo la barra y consigue ponerla dos pulgadas más allá que Matías.

Ellos, ó traten burlas, ó sean veras, Sin aspirar á la ganancia en cosa, Sobre el convexo van de las esferas: Pintando en la palestra rigurosa Las acciones de Marte, ó entre las flores Las de Venus mas blanda y amorosa. Llorando guerras, ó cantando amores La vida como en sueño se les pasa, O como suele el tiempo á jugadores.

Se quiso ensangrentar la palestra, y se sembró de cadaveres un campo que pudo haberse cubierto de flores. El pueblo no participó de estos desvarios, y se le debe hacer la justicia de decir, que nunca se dejó pervertir por tan deplorables egemplos.

La tertulia languidecía; los pedagogos estaban displicentes y mal humorados; el doctor disertaba de farmacología indígena, y el P. Solís leía con avidez cierto periódico conservador, el primero que saltó a la palestra después de la catástrofe imperial. Viendo que los tertulios no reían ni disputaban, me decidí a pasar la velada en la casa del dómine.

Vivir y morir en la obscuridad y en la inercia cuando tan grandes cosas realizaba el esfuerzo de los hombres, para Fray Miguel era insufrible. Resolvió, pues, someterse a todas las pruebas y a todas las operaciones mágicas de que el Padre Ambrosio había hablado a fin de remozarse y de lanzarse de nuevo en la palestra y tomar parte en la lucha.