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Actualizado: 18 de junio de 2025


-Dos me han dado -respondió el paje-; pero, así como el que se sale de alguna religión antes de profesar le quitan el hábito y le vuelven sus vestidos, así me volvían a los míos mis amos, que, acabados los negocios a que venían a la corte, se volvían a sus casas y recogían las libreas que por sola ostentación habían dado.

Poetas, pintores, apaches, inventores... En los cristales amarillentos se reflejaban las chalinas y las pipas, y, a veces, como una aparición de balada germana, la linda cabecita de paje rubio de Betina Jacometi, una genial pintora holandesa, a quien la policía metió en la cárcel sin más razón que la de fumar cigarrillos por las calles y ser muy extraña.

Volvióse el joven, y vió un paje que traía ropa de mesa, terciada en un brazo, en la una mano algunos platos, y en la otra dos botellas asidas por el cuello. ¿Sois vos, señor, el sobrino del señor Francisco Montiño? dijo el paje. Ciertamente, yo soy. Pues bien, á vos vengo. ¿Y á qué venís? A serviros de cenar. ¡Ah!

Ya se ve; y que le gustaban los pajes. Y que Inés no es su hija. No, pues la Inés, que es un pimpollo, ha sacado las mismas aficiones que la madre; ya ha tenido tres novios pajes de su majestad. ¿Y cuál es el paje de ahora? Un muchachote rubio, paje de la reina; un chico rubicundo, que la echa de valiente, y á quien tengo ojeriza. ¿Y cómo se llama ese paje? Valentín Pedraja.

Pareciólas irse, por ser ya tarde, y así me pidieron licencia, advirtiéndome con el secreto que había de ir el paje. Yo las pedí por favor y como en gracia un rosario engazado en oro que llevaba la más bonita de ellas, en prendas de que las había de ver a otro día sin falta.

Quedó pasmada Teresa, y su hija ni más ni menos, y la muchacha dijo: -Que me maten si no anda por aquí nuestro señor amo don Quijote, que debe de haber dado a padre el gobierno o condado que tantas veces le había prometido. -Así es la verdad -respondió el paje-: que, por respeto del señor don Quijote, es ahora el señor Sancho gobernador de la ínsula Barataria, como se verá por esta carta.

¿Y no dijo vuesa merced alguna oración al entrar a la tablajería o al arrimarse a la mesa? preguntole el paje, continuando la plática que traían desde el portal. Deja eso, Pablillos, que no es tiempo ahora de pensar en lo que hice o no hice.

Algunas mujeres quemaban al pie de la cuesta montones de hojarasca, y un perfume rústico, mejor que el incienso, sahumaba deliciosamente el contorno. Ramiro recordó sin quererlo sus amores con la sarracena. Cuando hubo llegado a la Puerta de San Vicente, díjole al paje que esperara en aquel sitio, mientras él iba a situarse frente a la muralla del Norte.

»Teniendo entrada a todas horas en mi gabinete de estudio, del que estaba encargado, servíase de mis libros y de mis cuadernos; su aplicación y su constancia le habían hecho un joven mucho más instruido de lo que podía pedirse a sus años. »El joven, el paje, a quien todos despreciaban en la casa, poseía perfectamente nuestra lengua y varios idiomas extranjeros; conocía la historia y la geografía.

Cuando pasaba de uno en otro salón, un paje caudatario, con morada librea, sostenía por detrás el extremo de su larga cola de chamelote. Las dos primeras veces que Ramiro fue a echarse a los pies del Canónigo topó en los corredores con una dama arrebujada en su manto.

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