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Actualizado: 17 de junio de 2025
En vano clamó el ciego largo rato pidiendo favor al cielo; en vano repitió el dulce nombre de María un sinnúmero de veces, acomodándolo a los diversos tonos de la melodía. El cielo y la Virgen estaban lejos, al parecer, y no le oyeron; los vecinos de la plaza estaban cerca, pero no quisieron oírle.
26 Y comenzó a hablar confiadamente en la sinagoga; pero cuando le oyeron Priscila y Aquila, le tomaron, y le declararon más particularmente el camino de Dios. 27 Y queriendo él pasar a Acaya, los hermanos exhortados, escribieron a los discípulos que le recibiesen; y venido él, aprovechó mucho por la gracia a los que habían creído;
Y vinieron a casa. 20 Y otra vez se juntó la multitud de tal manera, que ellos ni aun podían comer pan. 21 Cuando lo oyeron los suyos, vinieron para prenderle; porque decían: Está fuera de sí. 22 Pero los escribas que habían venido de Jerusalén, decían que tenía a Beelzebú; y que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios.
Delante de la puerta, Teresa volvió á hacerme jurar que no pensaba nada malo de ella, y que al día siguiente á las dos en punto de la tarde, me presentaría debajo de sus balcones. Cuidado que no faltes. No faltaré, preciosa. ¿Á las dos en punto? Á las dos en punto. Llama ahora con un golpe á la puerta. Cogí la aldaba y di un golpe fuerte. Al poco rato se oyeron los pasos del portero.
El motivo de haber dicho esto la chiquilla con relativo juicio y serenidad, fue que se oyeron los pasos de doña Lupe, y su voz temerosa: «Mira, Papitos, que voy allá...». Tía, venga usted... Está de jarana... ¡Acusón! le dijo por lo bajo la chicuela al coger la lámpara , feón.
Sin poderse contener, avanzó para entrar; mas cerraron por dentro, y al cerrar, la falda de doña Manuela quedó presa entre las hojas de la puerta: ella entonces tiró con violencia del vestido, y en seguida se oyeron pasos como de cuerpo viejo que huía trabajosamente. ¡Mamá! ¡Mamá! Su voz robusta pareció grito de niño abandonado.
Al volver los campesinos oyeron gemidos sofocados, pero no les hicieron caso al principio. Como siguieran oyéndolos, salieron de la choza y vieron a la monstruosa serpiente, que tenía envuelto al muchacho, aún vivo, entre sus anillos.
Las exclamaciones de sorpresa y censura que se oyeron en ambos bancos indicaron que los miembros de la comunidad apreciaban la gravedad del último cargo; pero el abad impuso silencio, levantando su huesuda mano. Continuad, dijo al lector.
Al parecer, hablaban de pintura. Cecilia y Gonzalo, que charlaban aparte, la oyeron decir: ¡Oh, Rubens! ¡Qué modo de pintar la carne! Rubens es el Cervantes de la pintura. Gonzalo volvió la cabeza como si le hubieran pinchado. Y una viva sorpresa se pintó en su rostro. Chica, ¿dónde ha aprendido mi mujer estas cosas? dijo en seguida a su cuñada. Esta se encogió de hombros.
Lo que es Miguel el Negro... continuó la muchacha arrostrando la indignación de su madre; pero en aquel momento se oyeron unos pesados pasos y una voz brusca preguntó, con acento amenazador: ¿Quién habla del duque Miguel con tan poco respeto y en sus propias tierras? La muchacha dio un ligero grito, entre atemorizada y risueña. ¿No me acusarás a tu amo, Juan? preguntó.
Palabra del Dia
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