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Actualizado: 27 de mayo de 2025
El sacudimiento la agitaba, y sonroseábanse unas miajas sus mejillas. Lucía hallaba en ello ocasión de bromas. ¿Ves cómo es bueno montar en caballos briosos? Estás muy reguapa: pareces otra: mira, para hacer una conquista, no tenías más que darte una vueltecita así, por delante del Casino, cuando está tocando la orquesta.
Durante las pausas de la orquesta surgía el sordo y lejano rodar de las hélices levantando un zumbido de espumas; luego, de tarde en tarde, el lento badajeo de la campana anunciando el paso del tiempo, ó el grito del vigía acurrucado en el «nido» del palo mayor, revelando su vigilancia con una melopea igual á la del muecín en lo alto de su minarete.
Ser dueño del movible palacio que al anclar frente á las ciudades hacía correr á las muchedumbres como un espectáculo raro no era suficiente para Miguel Fedor. Y creó algo más interesante aún que los salones lujosos y las refinadas comodidades del Gaviota II: su orquesta. La sensualidad de la música era para él la más preciosa de las emociones.
En torno del kiosco de la orquesta había una masa de suaves colores, formada por los sombreros femeninos, los trajes primaverales, los inquietos abanicos. Frente á las terrazas se extendía el mar entre promontorios color de rosa. Las velas lejanas parecían arder, enrojecidas por el sol moribundo.
Y de la desembocadura de un callejón sin adoquinar salió una pedrada certera, que dejó trémulo al monigote del centro, llevándosele medio tupé. Aplausos y carcajadas, y a los pocos minutos servían de blanco todos los bebés de la orquesta. Había que comenzar en, seguida.
Al terminar el baile que hacía el número cuatro, es decir, el anterior al vals que tenía comprometido con Amaury, Antonia fue a sentarse al lado de su prima para hacerle compañía hasta que la orquesta preludiase los primeros compases de la próxima danza.
La orquesta tocó la marcha real, y la divina pareja subió majestuosamente la alfombrada escalera. La gravedad de S. E. no era afectada; acaso por primera vez, desde que llegó á las Islas, se sentía triste; algo de melancolía velaba sus pensamientos.
Maltrana predicaba sobriedad y buenas costumbres en un grupo de jóvenes. Después de las locuras de la noche anterior, había que acostarse temprano: así que terminase la fiesta. No debían abusar del pobre cuerpo. Sonaron varios trompetazos anunciando el baile, y poco después la orquesta rompió a tocar un vals en el comedor, todavía desierto.
Ni las armonías de la orquesta del baile que dan los Aubry de Chanzelles, en honor de los veinte años de su hija María Teresa, ni el bullicio de las voces juveniles, que llegan hasta el paseante solitario, por las grandes ventanas abiertas de los salones, lo distraen de su melancolía.
¿La calle del Humilladero? dijo el trapero, incorporándose y haciendo con el gancho ciertos movimientos semejantes á los que hace con su varilla un director de orquesta. Esa calle está ... Voy á darle á usted una receta para que la encuentre en seguida. Pues eche usted á andar ... y vaya mirando con atención los letreros de todas las calles. ¿Sabe usted leer? Sí, señor dijo Clara.
Palabra del Dia
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