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Actualizado: 28 de junio de 2025


Volvió, al fin, después de un cuarto de hora trayendo una muy grande, llena de orín, con un tarjetón de pergamino colgando, en que se leía: Oratorio. La llave entró rechinando en la cerradura, y en vano forcejeó Germán para hacerla dar vueltas; preciso fue sacarla de nuevo, untar las guardias con aceite, e introduciendo un palo por el ojo, giró al cabo al sexto o séptimo empuje.

Las damas salieron: S. I. quedó corrido; y después de indicar al Magistral que las acompañara por los pasillos estrechos y enrevesados, se puso en salvo, encerrándose en el oratorio, para evitar explicaciones. El Magistral no pensó en buscarle. La de Páez iba con la cabeza baja. Temía también una reprensión del prebendado.

A ruegos de Losada, nos enseñó todas las curiosidades artísticas que embellecen su mansión, así como el preciosísimo oratorio en que dice Misa los días que sus achaques ó la inclemencia del tiempo le impiden salir. ¡Qué silencio, qué paz, qué beatitud en aquella morada! Y ¡qué deliciosas vistas las de las habitaciones que ocupa el Dignidad!

Habéis de saber, señor mío, que mi madre, como esposa amante y mujer honrada, desde el punto en que mi padre partió hizo de su casa clausura, y de ella no salió ni para misa, que en un oratorio se la decían, ni recibió a amigos, ni aun en sus miradores dejose ver por acaso.

Abajo veréis el Oratorio, que, según noticias y por encarecidos encargos míos, se conserva bien y servible. Si hallamos cura, nos dirá la misa en él; si no, iremos a oírla a la Colegiata, que no está lejos... si el tiempo lo permite; porque si no lo permite, con la buena intención cumplimos. Nieves lo miraba todo hasta con voracidad, y escuchaba a su padre delectadísima.

Varias veces había llegado él en ocasión de estar la madre y la hija en el oratorio; porque hasta oratorio tenía la casa de la marquesa de Montálvez... ¡Ah!, si las personas mal informadas, si su aprensiva madre pudieran ver lo que él iba viendo tan despacio y tan desapasionadamente, ¡qué diversos serían sus juicios sobre aquel delicado particular!

Le dieron la enhorabuena calurosamente por una oración que había pronunciado el día anterior en el oratorio del Caballero de Gracia. El se contentó con sonreír y murmurar dulcemente: Dénsela a ustedes, señoras, si han sacado algún fruto. El padre Ortega no era un clérigo vulgar, al menos en la opinión de la sociedad elegante de la corte, donde tenía mucho partido.

Colgado de la pared, admirable incensario de plata velaba el ambiente con nebuloso sahumerio. La dama se incorporó con un grito de espanto y Ramiro cerró de nuevo la puerta. Un rato después el Canónigo le mandaba decir con un paje que volviera pasado el toque de oraciones. Le recibió en una sala contigua a su oratorio.

Tranquilízate; aún la tendremos veinticuatro horas en nuestra compañía y yo te prometo que estarás presente cuando muera. Amaury dejó caer la cabeza sobre el reclinatorio, prorrumpiendo en sollozos. Haría un cuarto de hora que allí estaban de ese modo cuando se abrió la puerta del oratorio y entró el sacerdote. Al ruido de sus pasos volvió Amaury la cabeza y le preguntó: ¿Qué hay?

Su viuda abandonó este proyecto, no tanto por avaricia, como por el horror que le inspiraban toda clase de reformas aunque fuesen de cal y canto. Por dentro, la mansión era suntuosa: los muebles antiguos y riquísimos. Tapices de gran valor vestían las paredes, cuadros de los mejores pintores antiguos adornaban las de algunas piezas, como el despacho y el oratorio. Este era una maravilla de lujo.

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