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Actualizado: 24 de julio de 2025
Y puedes recordarle también las sangrientas palabras de Plutarco: «Por la batalla de Leuctres había perdido la preponderancia; mas por la paz de Antálcidas perdió el honor». No quiso D. Félix llevar más adelante la contraria á su primo viéndole irritado. No tenía interés en ello porque era, como se ha dicho, más bien enemigo que amigo de Pericles, aunque sólo de oídas conociese al Olímpico.
Cuando llegó al capítulo de los que pretendían disputarle su mano, el coronel, el ex-gobernador y el catedrático, se dibujó una sonrisa de lástima en sus labios: habló de ellos con desdén olímpico. «Unos pobres mamarrachos, Miguel; ninguno tiene pizca de mundo ni sabe lo que es sociedad, ni se ha visto jamás en tales trotes: así que sin poderlo remediar enseñan la oreja a cada instante.
Ahora, que la cabeza de Apolonio se enderezaba con cierto alarde confiado y olímpico, y, en cambio, la del señor Novillo pesaba sobre el pestorejo y el cuello, abombándolos en redor, y de los ojos se rezumaba una tristeza irracional.
Desde los primeros versos comenzaron a aplaudir catastróficamente. Apolonio, entre bastidores, escuchando el estruendo, se cernía serenamente sobre los aplausos, como Zeus olímpico sobre los truenos. El malicioso Celemín había preparado varios trucos grotescos. Había vestido a los actores de mamarrachos, con percalinas chillonas. Cada vez que salía uno, estallaba un escándalo de risas y palmoteos.
La completa placidez de su temperamento vedaba todo extremo de entusiasmo a su alma: algo había en aquella niña del reposo olímpico de las griegas deidades; ni lo terrenal ni lo divino agitaban la serena superficie del ánimo.
Al cabo de un rato, tras mucho rociarle su marido el rostro con Jerez, volvió en sí; pero enteramente transformada. Ya no era la arpía que araña, ni la euménide que desgarra, sino una terrible y serena parca que, extendiendo trágicamente el brazo hacia la puerta, dijo en olímpico reposo: Señor mío, vámonos; en casita ajustaremos cuentas. Después enmudeció, como si se hubiese tragado la lengua.
Tú gozas siempre que encuentras alguna palabra contra el Olímpico. Me parece que llevas el odio demasiado lejos. Pericles, aunque disipó los tesoros de Atenas y contribuyó á su corrupción, me ha dicho el cura de la Pola que vivía con modestia y frugalidad, retirado de la sociedad, renunciando á los placeres; y que en los cargos que le confiaron mostró un desinterés y una probidad inalterables.
Sus mejillas se coloreaban fuertemente, los labios se encendían, las narices se dilataban, los ojos adquirían una expresión de olímpico orgullo, y todo su cuerpo se estremecía al soplo de la ira. Miguel permanecía aterrado, y al propio tiempo embelesado ante ella.
Metió su zarpa agresiva en el bolsillo repleto, y haciendo sonar las monedas con demente regocijo, hizo un ademán grosero y ganó la puerta de la calle, meciéndose en balances peligrosos y borbotando desatinos. Le contempló Narcisa con desprecio olímpico, murmurando: Ni para eso me sirve este bruto; pero si no es hoy será otro día....
Pero no le busquemos ni en la realidad presente de aquel pueblo, ni en la perspectiva de sus evoluciones inmediatas; y renunciemos a ver el tipo de una civilización ejemplar donde sólo existe un boceto tosco y enorme, que aún pasará necesariamente por muchas rectificaciones sucesivas, antes de adquirir la serena y firme actitud con que los pueblos que han alcanzado un perfecto desenvolvimiento de su genio presiden al glorioso coronamiento de su obra, como en el sueño del cóndor que Leconte de Lisle ha descrito con su soberbia majestad, terminando en olímpico sosiego la ascensión poderosa más arriba de la cumbre de la cordillera.
Palabra del Dia
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