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Actualizado: 11 de julio de 2025


Se sobreentiende que, ni por asomos, hay que hablar de la imitación de las formas antiguas; aún menos se proponía Lope llevar al teatro la pintura de costumbres de tiempos pasados: su intento era tan sólo el de inspirar nueva vida en caracteres españoles de su época, que ofrecían cierta semejanza con los protagonistas de los antiguos cómicos.

Detenido en ella estuvo un buen rato mirando el cuadro que las dos mujeres y los dos eclesiásticos ofrecían. Entró al fin; limpiose el sudor que mojaba su frente, y tomando una silla la colocó con fuerte golpazo en el punto en que quería sentarse.

Juan Claudio volvió la esquina y entró en la casa; todos los demás le siguieron. Duchêne acababa de echar al fuego un haz de leña. Aquellos rostros ennegrecidos por la pólvora, animados aún por el ardor del combate, aquellos hombres, con los vestidos desgarrados por los bayonetazos, algunos de los cuales sangraban al salir de las tinieblas a la viva luz, ofrecían el más extraño espectáculo.

Mas, con existir entre ellos tal desigualdad de humores, vivían en profunda paz. Pepe adoraba el talento de su mujer, se postraba ante él rindiéndole homenaje en cuantas ocasiones se ofrecían.

Y sobre todo, ¿qué motivo tan grave de queja no había dado D. Luis a su padre? Su disgusto, su cólera cuando supiese el compromiso que ligaba a Luis con Pepita, se ofrecían al ánimo de D. Luis y le inquietaban sobre manera. En cuanto a lo que él llamaba su caída antes de caer, fuerza es confesar que le parecía poco honda y poco espantosa después de haber caído.

Montifiori rendía su culto a lo antiguo; además del gran salón Luis XV, con sus muebles tallados y dorados, vestidos de terciopelo de Génova color oro, y en el cual dos lienzos de la pared estaban ocupados por dos tapicerías flamencas, las demás habitaciones ofrecían el desorden más artístico que es posible imaginar.

¡Y pensar decía que nos enfurecíamos, como si el mundo fuese á deshacerse, porque alguien arrojaba una bomba contra un personaje! Estos exaltados ofrecían para él una cualidad que atenuaba sus crímenes. Morían víctimas de sus propios actos ó se entregaban sabiendo cuál iba á ser su castigo.

En este arsenal de pretensiones pensó siempre inspirarse, para su discurso, nuestro diputado: con doble motivo había de pensarlo desde que el suelto del periódico le comprometía a hablar de asuntos de interés para su provincia. Pero entre tantos y tan varios como se ofrecían a su vista, ¿cuál era el más a propósito para lucirse el orador, ya que no el más atendible por su naturaleza?

Porque á la ruina de los templos y monasterios acompañaron ahora aquellas enconadas persecuciones de los mismos cristianos apóstatas de que dejamos hecho mérito; aquellos conciliábulos prohibiendo declarar la ; los padecimientos de Sanson y de Eulogio, de todos los mártires mencionados por ellos en estos años, y de otros infinitos de quienes no hicieron memoria: puesto que el mismo santo doctor dice que eran tantos los que se ofrecian al martirio, que los infieles pedian á los cristianos los contuviesen, y que era tan universal el fervor de padecer por Cristo, que hasta los párvulos se ofrecian al cuchillo de los verdugos.

Sus grandes ojos negros se iban posando con plácida expresión sobre cada una de las parejas que por delante de ella cruzaban. Algunas le interesaban más que otras, y las seguía con la vista. Las actitudes, los movimientos y la traza de ellas eran tan distintos que ofrecían estudio curioso.

Palabra del Dia

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