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Actualizado: 11 de julio de 2025


Feli, para apreciar en todos sus detalles la hermosura de este mueble, que la llenaba de orgullo, colocó el colchón, las mantas y las almohadas sin funda. Sábanas ya las compraría al día siguiente, pues había sentido repugnancia por las que le ofrecían en el Rastro. Quedó largo rato contemplando la cama con cierta indecisión. ¿Estará bien así, Isidro? ¿Qué dices ?...

En Madrid no encontraba quien le diese pan, pero siempre volvía a casa con los bolsillos llenos de papeles. Los camaradas le ofrecían periódicos para que leyese sus artículos; los autores le regalaban libros con pomposas dedicatorias. «Al erudito y notable escritor Isidro Maltrana, su admirador...» ¡Le admiraban! ¿Por qué? Tal vez por su miseria.

Cuando al ofertorio estábamos, ninguna blanca en la concha caía que no era dél registrada: el un ojo tenía en la gente y el otro en mis manos. Bailábanle los ojos en el caxco como si fueran de azogue. Cuantas blancas ofrecían tenía por cuenta; y acabado el ofrecer, luego me quitaba la concheta y la ponía sobre el altar.

Por estos tiempos hacía ya muchos años que se celebraban allí las clásicas veladas de San Juan y San Pedro, que tan características notas ofrecían de nuestras fiestas populares, y las cuales renuncio á describir aquí, cómo se verificaban entonces.

Allí, sin tener que reprimir el movimiento de orgullo que á mi pesar hubiera sentido en el punto culminante de la montaña, saboreaba el placer de satisfacer completamente mis miradas, contemplando cuantas bellezas me ofrecían nieves, rocas, pastos y bosques. Hallábame á mitad de altura entre las dos zonas de la tierra y del cielo, y me sentía libre sin estar aislado.

En la taquilla hubo alborotos, peleas, se habló de filibusterismo y de razas, pero no por eso se consiguieron billetes. A las ocho menos cuarto se ofrecían precios fabulosos por un asiento de anfiteatro. El aspecto del edificio profusamente iluminado, con plantas y flores en todas las puertas, volvía locos á los que llegaban tarde, que se deshacían en exclamaciones y manotadas.

Con todo eso, los dos fervorosos Misioneros Joseph de Arce y Juan Bautista de Zea, deseaban se pusiese por obra este intento, allanando con su celo las dificultades tan grandes que se ofrecían.

En esto, Cortado y Rincón se dieron tan buena maña en servir a los caminantes, que lo más del camino los llevaban a las ancas; y aunque se les ofrecían algunas ocasiones de tentar las valijas de sus medios amos, no las admitieron, por no perder la ocasión tan buena del viaje de Sevilla, donde ellos tenían grande deseo de verse.

Recordaba entonces aquella existencia matrimonial prosaica y tranquila, llena de escaseces y de goces sencillos, que si aisladamente parecían de poco valor, apreciados en total ofrecían a la memoria un conjunto agradable.

Hícelo con atención y vi que los dos tenían muy distinto pelaje del acostumbrado y corriente entre los aldeanos de aquellas comarcas: ofrecían todo el aspecto de los vagabundos famélicos de las ciudades; ambos llevaban la barba gris a medio crecer, y el ropaje obscuro y mugriento, con muy pocas señales de camisa.

Palabra del Dia

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