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Actualizado: 16 de julio de 2025
Presumía de bien emparentada y relacionada; un primo suyo desempeñaba la secretaría del Casino de Industriales; una tía ricachona vendía percales, franelas y pañolería en la calle estrecha de San Efrén; la mayor parte de sus amigas cosían por las casas, o eran oficialas de la mejor modista.
Pues si yo supiera hacer calzado... replicó Xuantipa , estaba ya todo requeterresolvido y en un periquete. Pero, ya ve usté.... Cuando nos casamos, había aquí seis oficiales y oficialas, y no dábamos abasto a los encargos y pedidos. Un miserable aprendiz sóbranos hoy. Bueno, hace falta volver a lo de antes, y volverán ustedes afirmó el optimista y rosáceo señor Colignon.
De buena gana Apolonio hubiera dado unos cuantos azotes a la vieja vestal, que así venía a turbarle y ponerle ante sí mismo en ridículo, obligándole a descomponer la majestad de la figura; corriendo azariento a entornar la puerta, porque los transeuntes no se percatasen del lance; trayendo un vaso de agua a través de las frívolas oficialas, que sonreían al verle en guisa de camarero: salpicando el rostro de la desmayada e intentando desabrocharle el corsé.
Y cuando los ingleses lo dicen, ¡qué no diremos los españoles, y en particular aquellos que hemos vivido tanto tiempo bajo su influencia bienhechora! Las cuatro oficialas, y Nieves también, aunque ésta picaba más alto, pertenecían, pues, a esta famosísima casta de mujeres por cuya conservación y prosperidad hago votos al cielo todos los días y aconsejo a todo buen católico que los haga.
Cuando no pellizcaba a las compañeras, les escribía cartitas amorosas poniendo la firma de un hombre, o les mandaba retratos de la hermana que les daba lección, hechos con lápiz. Cuando la dejaba cerrada en la buhardilla, hacía señas y muecas a las oficialas de un taller de modistas que había enfrente.
Para hacerse perdonar su falta de conducta, la francesa era complaciente con Augusto, y le permitía entrar en su taller a todas horas y bromear con las oficialas. Al ver a Miquis, Isidora se turbó un momento. Después se echó a reír. «¿Te asombra de verme vestida de baile? le dijo . Sé que me has de reñir; pero, vamos, sé franco. ¿Estoy bien así, sí o no?».
Lo más admirable era que Juana, sobre ser la más sabia cocinera y repostera del lugar, era también su primera modista. Casi siempre tenía una o dos oficialas que cosían para ella, y ella cortaba vestidos con tanto arte y primor como Worth o la Doucet en la capital de Francia.
Palabra del Dia
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