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Obligadas a sufrir las mismas durezas que el rebaño masculino, únicamente recordaban que eran mujeres cuando a altas horas de la noche, a oscuras ya la gañanía, apelotonadas en un rincón, veían turbado su fatigoso sueño de hembras de carga, por las audacias de los mozos, que las buscaban a tientas, mientras los gañanes viejos, curados de las ilusiones de la vida, roncaban desaforadamente como si quisieran dormir más aprisa para recuperar las fuerzas perdidas.

Verse obligadas á decirme tan enorme mentira para poder comer...» De pronto, una de estas mujeres llamó su atención. Era semejante á las otras, y, lo mismo que ellas, le miraba atrevidamente, con ojos provocadores. ¡Pero estos ojos!... ¿Dónde había visto él estos ojos? Iba vestida con una elegancia miserable.

Parecía yo al Abraham bíblico cuando vuelve la vista para contemplar a Agar y su hijo, abandonados en el desierto, menos peligroso ciertamente que esta multitud inmensa, donde las madres, obligadas por la sociedad, abandonan a sus hijos. Todo el día de hoy lo he pasado en compañía de Mme. de Vaux, mi buena hermana, y mezclado mis lágrimas a las suyas, pues también es muy desgraciada.

El americano siguió: tienes unas hijas trabajadoras y hacendosas... muy bien educadas... Sería lástima que se viesen obligadas a servir las pobrecillas, o que se casaran con un paisano sin recursos que las matase de hambre... En el tiempo que aquí estuve me he encariñado mucho con ellas... Y, francamente... vamos... entre una... que al fin y al cabo es mi sobrina... y otra cualquiera, prefiero que sea una de ellas la que me lleve...

Para todas ellas, obligadas á ir varias veces al día con un cántaro á cuestas de su vivienda al río, el carro del tonel representaba el más inaudito de los lujos. ¡Un baño diario en aquel país, donde el menor soplo de viento levantaba columnas de tierra suelta, tan enormes y violentas, que obligaban á encorvarse para resistir mejor su empuje!... Como muchas de estas mujeres llevaban aún en sus cabelleras y en los dobleces de sus ropas el polvo de semanas antes, las enfurecía tal derroche de agua, como una injusticia social.

Y cuando los dolientes, echándola de rumbosos, añadían algunos realejos sobre el precio de tarifa, entonces las doloridas estaban también obligadas a hacer algo de extraordinario, y este algo era acompañar el llanto con patatuses, convulsiones epilépticas y repelones.

En los primeros días, acudí a mi secretario, Martín García Mérou, el más distinguido de los poetas argentinos de su edad y cuya fácil espontaneidad es bien conocida entre nosotros, pidiéndole que supliera mi inhabilidad absoluta en la métrica, haciendo frente a aquella avalancha. Lo intentó; tomó sus rimas obligadas, e inclinó la frente sobre el dorso del menú.

Lo que el notario iba dejando en las habitaciones del primer piso aparecía misteriosamente en el desván, como si le hubiesen salido patas. Doña Cristina y sus sirvientas, obligadas á vivir en continua pelea con el polvo y las telarañas de un edificio que se desmenuzaba poco á poco, sentían un odio feroz contra todo lo viejo.

Y para no quedar mal nos vimos obligadas a reunir cada día todas las monedas que había en la casa, y registrarle los bolsillos a Eduardo, hasta conseguir poco a poco llenarla. Pero lo más grave es, para , que viviendo en esta forma una no tiene oportunidad de conocer mozos y hallar alguno a quien querer.

Si inquieto y preocupado andaba el tío Manolo, no lo estaba menos la intendenta; a más del temor natural de que se desluciesen por culpa de los otros sus reconocidas y acatadas facultades de cantante, el negocio de las invitaciones le daba mucha guerra; para no agraviar a ninguna se habían convidado más personas de las que cabían en el salón; cuando empezó a llegar la gente hubo algunos disgustos; varias señoras se vieron obligadas a quedarse de pie por falta de asiento y algunas se marcharon muy desabridas antes de comenzar la fiesta. ¡Buenos irían poniendo a los Trujillo!