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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Yo había recibido de Roberto dos cartas apremiantes. Me decía que la inquietud lo devoraba y me suplicaba que le enviara noticias a vuelta de correo. No se lo dije a Marta, pero cumplí mi promesa. Ocho días pasaron; entonces noté que mis padres deliberaban acerca de la respuesta que debían enviar a la tía.

Sentóse el licenciado Cabra, y echó la bendición; comieron una comida eterna, sin principio ni fin; trajeron caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer una de ellas peligraba Narciso más que en la fuente. Noté con la ansia que los macilentos dedos se echaban a nado tras un garbanzo huérfano y solo que estaba en el suelo.

De repente noté que el arco de entrada era más ancho que el puente y formaba un obscuro ángulo, en el que me oculté apresuradamente. Desde allí dominaba aquella vía de comunicación entre el antiguo castillo y la construcción moderna. Entonces resonó otro grito agudo.

¿Qué haría usted en ese caso? Pues haría... ¡qué demonio! lo mismo que va usted a hacer, sólo que yo lo hubiera hecho desde que noté el primer síntoma de eso que usted llama enfermedad de su hija. Pero, hombre, si, por errarla en todo desde que llegué a Peleches tan atiborrado de ilusiones, hasta me ha fallado la máxima que yo consideraba infalible. ¿Qué máxima?

Pero noté que Chisco, al concluir la primera parte de la oración, se detuvo en seco; lo cual quería decir que rezara yo lo restante. Por fortuna me cogía bastante pertrechado para salir airoso de compromisos como aquél, y recé lo que me pedía, aunque no tanto por su intención como por mis necesidades del momento.

A no ponerme en ridículo, cerrando en su presencia los ojos, fuerza es que yo vea y note la hermosura de los suyos, lo blanco, sonrosado y limpio de su tez; la igualdad y el nacarado esmalte de los dientes que descubre a menudo cuando sonríe, la fresca púrpura de sus labios, la serenidad y tersura de su frente, y otros mil atractivos que Dios ha puesto en ella.

Pasados algunos días, noté en él una grande exaltación, casi un delirio, y esto me causaba una inquietud profunda; tres meses de lucha continua, presa de una fiebre ardiente, y que agravaba de día en día el clima y los ardores del sol abrasador de Nápoles, eran más que suficientes para abrasar su sangre e inflamar su cerebro.

No, al contrario; pero las conveniencias reprimen a menudo los ímpetus del cariño. Pues es una tontería dije secamente. Pero su explicación me satisfizo y recobré todos mis bríos. Sin embargo, conversando con él, noté que no daba la misma importancia que yo a las palabras que me había dicho en el Zarzal.

Me dio cierta lástima cuando noté que la incomprensión mía le hacía sufrir. Es curioso lo que sucede entre nosotros. Yo lo desconcierto sin querer. Es que yo misma tampoco qué pensar con respecto de . No responde a coquetería ni menos a cálculo mi modo de ser.

Todo volvió a quedar tranquilo. La pobre Carbonera lloraba en un rincón, poniéndose el pañuelo sobre la parte dolorida. Estaba de Dios que aquella tarde la habían de perseguir. Empezaba a sentirme mareado. La lengua me había engordado sensiblemente. Noté que algo de lo que decía excitaba la risa de mi amiga la Serrana, quien me ofrecía a cada instante cañas y más cañas.

Palabra del Dia

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