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Actualizado: 23 de mayo de 2025
La historia de Sancy es más antigua y novelesca. En el siglo XV, un suizo poseia este gran diamante, no se sabe cómo, y lo vendió por un escudo á Cárlos el Temerario. El tal hombre ignoraba seguramente que aquel pedacito de piedra encerraba una gran fortuna. De Cárlos el Temerario pasó á Nicolás de Harlay de Sancy, que lo empeñó á D. Antonio, rey de Portugal, en doscientos mil francos.
Después mandó a Patricia a su casa con un recado, llamando a Nicolás, que aquel día había llegado de Toledo. «Que venga mi sobrino inmediatamente, y si está durmiendo, encargue usted a Papitos que le despierte».
D. Nicolas Herrera, que deseaba mas que todos llegase el caso de egecutar el saqueo, publicaba en todas partes el razonamiento de Pagador, y continuando sus diligencias, entró en casa de D. Casimiro Delgado, que á la sazon estaba jugando con D. Manuel Amezaga, cura de Challacollo, y con Fray Antonio Lazo, del Orden de San Agustin.
Y el primero que maese Nicolás le dio en las manos fue Los cuatro de Amadís de Gaula, y dijo el cura: -Parece cosa de misterio ésta; porque, según he oído decir, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen déste; y así, me parece que, como a dogmatizador de una secta tan mala, le debemos, sin escusa alguna, condenar al fuego.
Obras posteriores á ésta, y especialmente las de Ticknor y Rivadeneyra, dan más detalles sobre la vida y escritos de Calderón, y corrigen y amplían á nuestro historiador alemán. Sus restos se trasladaron en el año de 1841, de la iglesia de San Salvador, en donde estaban sepultados, á la de San Nicolás.
Recorrió Sibakong, Tondo, San Nicolas, Santo Cristo, distraido y de mal humor, sin hacer caso del sol ni de la hora y solamente cuando sintió hambre y se apercibió que no tenía dinero por haberlo dado todo á fiestas y contribuciones, retiróse á su casa.
Para disimular su turbación comenzó á dar palmaditas en el cuello á la jaca, narró con cierta incoherencia los pormenores de la enfermedad del párroco, tales como se los había oído á D. Nicolás el médico la tarde anterior en la Pola. La conversación se prolongó algún tiempo. Hablaron también de las minas de Carrio y del ferrocarril, cuyos trabajos estaban comenzando.
Veo que no me olvidas. No tiene importancia: llevo pantuflas. Con botas es más difícil volar. ¡Llama! dijo Pomerantzev . Vámonos volando a cualquier parte, ¿te parece? Porque, ya ves, me aburro aquí. ¡Me aburro tanto! Además, me duelen las piernas. ¡Bueno, volemos! aceptó San Nicolás. Y volaron. En el corredor, mal alumbrado, reinaba un silencio inquietante.
Bien pudiera ser que allí se cerrase por completo la herida de su corazón. Había que probarlo al menos. De otra parte la aterraba lo desconocido, las monjas... ¿cómo serían las monjas?, ¿cómo la tratarían? Pero Nicolás se adelantó a sus temores, diciéndole que eran las señoras más indulgentes y cariñosas que se podían ver.
Del cura no digo nada; pero yo apostaré que debe de tener sus puntas y collares de poeta; y que las tenga también maese Nicolás, no dudo en ello, porque todos, o los más, son guitarristas y copleros.
Palabra del Dia
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