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A la mañana siguiente, Paula, por orden de su señora, llevó a la niña al cuarto de la plancha, la sentó en una silla alta y pidió las tijeras a la doncella, que cosía al pie del balcón. ¿Qué vas a hacer? preguntó Josefina. Cortarte el pelo. ¿Por qué?... Yo no quiero que me cortes el pelo. Y se bajó resueltamente de la silla. Paula tornó a alzarla. ¡Quieta! le dijo severamente.

Dios proveerá. Adiós, y déjame ya sola. El ama no tuvo más remedio que irse. Besó a su niña, y recomendándole que apagase pronto la luz y se durmiese, se salió del cuarto, cerrando cuidadosamente la puerta.

No tenemos entre todas un cuarto dijo doña Clara , ¿y pedís veinte y dos maravedís? Andad, Contreras, que siempre fuistes impertinente. Una doncella de las presentes, viendo la esterilidad de la casa, dijo a Preciosa: Niña, ¿hará algo al caso que se haga la cruz con un dedal de plata? Antes respondió Preciosa se hacen las cruces mejores del mundo con dedales de plata, como sean muchos.

Tan enamorada estaba Isabelita de su tesoro de cachivaches, que lo reservaba de todo el mundo, hasta de su mamá; pues esta se lo descomponía, se lo desordenaba, y parecía tenerlo en poca estima, pues alguna vez le dijo: «No seas cominera, hija. ¿Qué gusto tienes en guardar tanta porquería?». La única persona a quien ella consentía poner las manos en el tesoro era su papá; pues este admiraba la paciencia de la niña y le alababa el hábito de guardar.

Al cabo de poco tiempo borrose la silueta de la niña en el fondo obscuro de la caverna, y Ricardo se halló en verdaderas tinieblas.

¿, preciosa? ¿Vas a decírselo a madrina de veras?... Bueno, ya se lo dirás cuando terminemos. Y sin hacer más caso de sus protestas, dejando caer las palabras con zumba, prosiguió imperturbable su tarea. Pero la niña se bajó de nuevo, irritada, furiosa.

La niña se alejó cantando á lo largo de la corriente del arroyuelo, tratando de mezclar algunos acentos más alegres á la melancólica cadencia de sus aguas.

«Entró hablándola en el tono regocijado y cariñoso que de ordinario usaba con ella; y bastó a la pobre niña conocer su luz, para lanzar un grito y estremecerse como si la hubiera sacudido una corriente eléctrica. Vivía la infeliz indudablemente bajo el peso de una idea terrorífica, que se embravecía con el recuerdo o la presencia de determinadas cosas y personas.

Esta catedral, sueño creado sobre un sueño, es el juego inocente de esta vieja niña. Ha hecho ejecutar los planos de ella; pasa sus días, y algunas veces sus noches, meditando los esplendores, cambiándole las disposiciones anteriores y agregándole algunos ornamentos: habla de ella como de un monumento edificado y practicable.

Su madre, merced á cierta tendencia mórbida, que más adelante se comprenderá mejor, había comprado las telas más ricas que pudieran procurarse y daba rienda suelta á su fantasía creadora en el arreglo y adorno de los vestidos de la niña, cada vez que ésta se presentaba en público.