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Lo que esto molestaba a Hojeda no es decible: al principio se turbaba y le venían los colores a la cara; más adelante, cuando advirtió que era broma, se negaba a contestar al impertinente, limitándose a alzar los hombros en señal de resignación o a masticar alguna frase de disgusto.

Sabía prometerse con los ojos al mismo tiempo que se negaba con los labios, y en una sola conversación fingía desfallecer cien veces como apasionada que cede, y rescatarse otras tantas como virtud arisca, que hostigada se exalta, pasando traidoramente de la turbación al impudor, y de la licencia al recato, cual si su pensamiento y hasta su cuerpo le inspirasen confundidos los desbordamientos de amor mal contenido que lo autorizan todo y las respuestas de fría honestidad que no consienten nada.

Don Jaime quedó, pues, reducido a pasar las horas mirando jugar al tresillo y dando a los jugadores consejos que no le agradecían. Los gananciosos solían pagarle la copa de ron. Una que otra vez jugaba a las damas con don Lorenzo, y como éste se negaba rotundamente a seguir la partida sin interés, preciso era que Marín arbitrase alguno que no fuese metal precioso.

Doña Manuela experimentó gran extrañeza al tropezar con una tenacidad que nunca había supuesto en su hijo. Se negaba resueltamente a firmar otro pagaré garantizando el crédito de su madre, y menos consentía aún en hipotecar su huerto para adquirir los tres mil duros. No, mamá decía tímidamente, pero con firmeza ; no puedo. Ya sabrá usted más adelante que eso no es posible.

Y Dupont, agresivo en la defensa de lo que llamaba sus derechos, no sólo se negaba a oír las pretensiones de los braceros, sino que había expulsado de la viña a todos los que se significaban como agitadores mucho antes de que intentasen rebelarse.

-Nadie dude de esto -dijo Sancho-, porque mi señor tiene muy buena mano para casamentero, pues no ha muchos días que hizo casar a otro que también negaba a otra doncella su palabra; y si no fuera porque los encantadores que le persiguen le mudaron su verdadera figura en la de un lacayo, ésta fuera la hora que ya la tal doncella no lo fuera.

San Eduardo se casó por razón de Estado, porque los grandes del reino lo exigían, y sin inclinación hacia la reina Edita; pero en él y en Pepita Jiménez no había razón de Estado, ni grandes ni pequeños, sino amor finísimo de ambas partes. De todos modos no se negaba D. Luis, y esto prestaba a su contento un leve tinte de melancolía, que había destruido su ideal; que había sido vencido.

Cuando, terminada la guerra, volvía el verdadero dueño, Dupont se negaba a reconocerle, alegándose a mismo, para tranquilidad de la conciencia, que bien había ganado la propiedad de la casa haciendo frente al peligro. Y el confiado francés, enfermo y agobiado por la traición, desaparecía para siempre.

Después de haber conocido la vida de los dos rusos, no negaba que las almas de uno y otro tuvieran sus lados buenos, bondad disminuida y ofuscada por la dureza, por la violencia, por la ferocidad. ¿Acaso, tratados de otro modo, puestos en mejores condiciones de vida, habrían sido mejores?

No se os negaba que vuestra figura fuese mas noble y galana que la del mono; no se os disputaba la superioridad de la inteligencia; pero debiais guardaros de pretender ni á orígen ni á destino mas elevados.