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Actualizado: 16 de mayo de 2025
El marquez D. Francisco Pizarro, habiendo navegado hasta la tierra del Tumbez, no tuvo otro fundamento para creer la existencia del Cuzco, su riqueza y poderoso imperio, que el dicho de los mismos indios Tumbezes.
El gitano estaba tan acostumbrado a semejantes escollos, que se aventuró sin temor por aquel pasaje, y después de haber navegado con una destreza maravillosa, hizo cargar todas las velas y desarbolar largando los obenques, que no estaban establecidos sobre un sitio fijo, sino sobre las garruchas; de modo que al cabo de algunos minutos la tartana, que tenía muy poco calado, había quedado lisa como un pontón y enteramente oculta por las rocas que disimulaban el canal por la parte del mar.
Yo he navegado siempre con las velas desplegadas en un mar de aceite, iluminado por el sol radiante, empujado por la brisa y acompañado de las musas y las gracias. Estoy acostumbrado a vencer; he hallado en la vida todas las puertas abiertas y todos los corazones también.
A cuyo claro y singular renombre Se postran quantos puertos el mar baña, Descubre el sol, y ha navegado el hombre. Arrojose mi vista á la campaña Rasa del mar, que truxo á mi memoria Del heroyco Don Juan la heroyca hazaña. Donde con alta de soldados gloria, Y con proprio valor y airado pecho Tuve, aunque humilde, parte en la vitoria.
Había navegado mucho; había vivido largas temporadas en Inglaterra y los Estados Unidos, y de la permanencia en estas tierras de libertad, insensibles a los odios religiosos, traía una franqueza belicosa que le impulsaba a desafiar las preocupaciones de la isla, tranquila e inmóvil en su estancamiento.
Pero después de haber navegado en un mar proceloso, la popa de su esquife ha conseguido una orilla de paz y de reposo.» ¡La popa, la popa! dijo Durand con aire despreciativo ; ¡la proa, la proa, sacristán!
Ojeda y su compañero, acodados en la baranda, miraban con interés las siluetas de las islas destacándose como nubes puntiagudas sobre el azul sereno del horizonte. Hasta aquí llegó Colón dijo Fernando . El Almirante, que había navegado siempre hacia Poniente, puso en el tercer viaje la proa al Sur, buscando descubrir tierras nuevas por la parte del Austro.
»Bien habríamos navegado treinta millas, cuando nos amaneció, como tres tiros de arcabuz desviados de tierra, toda la cual vimos desierta y sin nadie que nos descubriese; pero, con todo eso, nos fuimos a fuerza de brazos entrando un poco en la mar, que ya estaba algo más sosegada; y, habiendo entrado casi dos leguas, diose orden que se bogase a cuarteles en tanto que comíamos algo, que iba bien proveída la barca, puesto que los que bogaban dijeron que no era aquél tiempo de tomar reposo alguno, que les diesen de comer los que no bogaban, que ellos no querían soltar los remos de las manos en manera alguna.
Por eso había navegado con rumbo al Sudeste y cuando se aproximó a la costa occidental del Nuevo Mundo, se hallaba a los 36 grados de latitud austral. No sin recelo y con extraordinaria cautela para evitar encuentros y combates con gentes desconocidas y bárbaras, Morsamor y los suyos saltaron en tierra en busca de agua potable. Fertilísimo era el agreste e inculto suelo que pisaron.
El marino había visto estas vegetaciones pétreas, como bosques sumergidos, en el fondo del mar Rojo y en los mares del Sur. Había navegado sobre ellas haciéndose la ilusión de que por las entrañas azules del Océano circulaban anchos ríos de sangre.
Palabra del Dia
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