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Actualizado: 10 de junio de 2025


La Felipa, la Socorro y la Nati, cortesanas famosas en la capital, que fueron queridas de muchos personajes, ministros, banqueros y grandes de España, lo habían sido antes de él. El fué quien, por medio de sus celestinas, las había sacado de la calle de la Paloma, del barrio de Triana en Sevilla o del Perchel, de Málaga, y había gozado de sus primicias.

La bromita le pareció tan bien, que no se pasaban cinco minutos sin que la repitiese. Nati la encontraba deliciosa; se reía, presentando la mejilla a los labios del hermoso salvaje. Rafael, al principio, también la encontró graciosa y respondía gravemente a la pregunta de su amigo: Lo tienes. Pene, lo tienes.

Se decía hija de un comandante y se agarraba el derecho de despreciar a sus compañeras nacidas del seno de la plebe. Era más instruída que ellas porque leía todos los folletines que le venían a las manos: cuidaba de no decir palabras feas: no solía emplear tampoco locuciones flamencas. Tenía alguna más edad que la Amparo y la Nati.

Caballeros, hay aquí dos princesas que han reñido por cuestiones diplomáticas que no nos incumben. ¿Opinan ustedes que se den un beso antes que nos sentemos? Que se lo den: que se lo den exclamaron los tres hombres y Nati, mirando a la Socorro y Amparo. Esta se encaró furiosa con León. ¡Ja, ja!... Chica, no empieces ya a soltar gracias porque nos va a hacer daño la cena.

Sin saber por qué razón, pues nunca le había sido muy simpática, le dió toda la noche por servirla y requebrarla en voz baja. Cuando se puso un poco alegre, le dijo a Alcántara que estaba del otro lado: Con tu permiso, Rafael, voy a dar un beso a Nati. Y se lo dió sin aguardar respuesta. Rafael no hizo maldito el caso. Poco después volvió a decir: ¿Permites, Rafael? Y ¡zas! le encajó otro beso.

¡Si fué una casualidad, hombre! dijo la Amparo dulcificándose . Vino esta noche porque había ido de juerga con León y Rafael, y a última hora se le ocurrió a Nati hacerme una visita. Pues basta de casualidades. Yo no aspiro a que me adores, ¿sabes?; pero no quiero pagar las queridas a esos perdularios de sangre azul. ¿Lo has oído, salero?

Bien, pues no los ha gastado. ¿A qué? repuso el gallardo Pepe alzando los hombros . ¿Quieres venir a cenar hoy con nosotros a Fornos? ¿Con quién? Con éste y conmigo. Invitaremos también a León y a Rafael para que lleven a Nati y Socorro. ¿Tienes inconveniente en que vaya Manolo? ¡Al contrario, hijo, si a Manolo le quiero más de lo que te figuras!

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