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Actualizado: 19 de mayo de 2025


La misma visión se le presentaba por las noches en el teatro Real, allí donde la música sólo servía para hacerle recordar la voz del huerto extendiéndose por entre los naranjos como un hilo de oro, y en las comidas con los compañeros de comisión, cuando con el veguero en los labios y retozándoles la alegría voluptuosa de una digestión feliz, iban todos a acabar la noche en alguna casa de confianza donde no corriera peligro su dignidad de representantes del país.

La luna brillaba en medio de un hermoso cielo, y su dulce claridad alumbraba en todos sus detalles aquel curioso cuadro. ¡Cuánto me gusta una hermosa noche de verano! dijo el gitano ; las flores se abren para aspirar la frescura del aire, y sus perfumes nos llegan más suaves. ¿Sentís, hermanos míos, el rico olor de los áloes y de los naranjos?

Era Schubert, con sus melancólicas romanzas, el músico preferido; la dominaba en aquella soledad el encanto de la música triste. Su alma pasional y tumultuosa parecía desmayarse, enervada por el perfume de los naranjos.

Sus aguas, revueltas, amarillentas, gracias a los reflejos del crepúsculo, semejaban un espejo tembloroso donde brillaban mil tintas de ópalo y plata carmín. A lo largo de él, acostados al muelle, había gran número de buques, cuyos mástiles y enredada jarcia parecían surgir del gran bosque de naranjos que se extiende por la margen izquierda.

Un capricho de romántico sentimentalismo que se le había ocurrido al salir de la ciudad y ver los primeros naranjos cubiertos de aquella flor cuyo perfume había retenido en paciente espera a la artista durante muchos meses.

No me acuerdo de ellos respondió María ; ¿eran aquellos del país donde florecen los naranjos? Esos no pegan aquí, donde se han secado por no bastar a su riego las lágrimas de fray Gabriel.

Cuando salimos a tomar el fresco a los jardines, el sol ya se había puesto y andaba cerca de llegar la noche. La sociedad se diseminó por el gran bosque de naranjos. Gloria, en cuanto vio un columpio, se empeñó en subirse y me pidió que lo moviese, lo cual hice, como debe suponerse, con extremado placer.

Son los otros; los otros que se chupan la sangre del pobre. Y de este modo, tranquilamente, el pobre don Jaime adquiría un campo aquí, luego otro más allá, después un tercero que unía a los dos, y a la vuelta de pocos años formaban un hermoso huerto de naranjos, adquirido con más trampas y malas artes que dinero efectivo.

Pero cuando la sangre regenerada circule por sus venas, cuando el aire del cielo ensanche su pecho, cuando los perfumes generosos de la campiña hablen a su corazón y hagan latir sus sienes, cuando el pan y el vino, esos presentes de Dios, hayan reparado sus fuerzas, cuando un ardor impaciente la haga correr desalentada bajo los grandes naranjos del jardín, entonces entrará en una nueva belleza... y don Diego tiene ojos.

Ya pueden venir las gentes á soñar y á procrear entre las paredes que se estremecieron con gritos de dolor ó ronquidos de agonía. La música empieza á gemir dulcemente á lo largo de la costa feliz, entre el susurro de las olas y los estremecimientos de los naranjos de epitalámico perfume.

Palabra del Dia

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