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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Estando yo allí, una noche, por no sé qué fenómeno desconocido desde treinta años atrás, aquella zona de escarchas invernales agitose sobre la ciudad dormida, y Blidah se despertó transformada, empolvada de blanco. En aquel aire argelino, tan tenue y tan puro, semejaba la nieve polvo de nácar, con reflejos de plumas de pavo real. Lo más hermoso era el bosque de naranjos.
Cuando se paseaba por el jardín bajo los viejos naranjos, apoyada en el brazo de la vieja o arrastrando al pequeño Gómez, el conde la seguía de lejos, sin afectación, con un libro en la mano. No adoptaba los aires melancólicos de un enamorado, ni confiaba sus suspiros al viento. Más bien se le hubiera tomado por un padre indulgente que quiere vigilar a sus hijos sin intimidarlos en sus juegos.
Pasó por dos veces frente a los rayados cristales de la barbería, sin atreverse a poner la mano en el picaporte, y acabó por salir al campo, siguiendo la orilla del río, lentamente, con la vista fija en aquella alquería azul, que nunca había llamado su atención, y ahora le parecía la más hermosa del dilatado paraíso de naranjos.
La ciudad está cercada por un bosque de muchas leguas, formado exclusivamente de naranjos dulces, acoplados a determinada altura, de manera que forma una bóveda sin límites, sostenida por un millón de columnas lisas y torneadas.
Era domingo, y me estuve en casa todo el día. El P. Herrera se fué a comer con su grande y buen amigo el P. Solís; tía Pepa no se apartó de la enferma en toda la tarde, y Angelina y yo nos la pasamos en el jardincillo, sentados al pie de los naranjos.
La luz de la antorcha marcaba sobre la superficie, aquí y allá, gigantescos hongos obscuros, grandes paraguas, cúpulas barnizadas que brillaban reflejando la roja llama. Eran naranjos sumergidos. Estaban en los huertos. ¿Pero en cuáles? ¿Cómo guiarse en la obscuridad?
Con esto perdería la tranquilidad que tanto me gusta. Si ahora hablan contra mí ¡figúrese lo que sería entonces!... No: yo deseo permanecer quieta. Que me muerdan cuanto quieran pero que sea sin motivo; por pura envidia. Ya ve usted el caso que hago. Y mirando hacía el punto donde estaba la ciudad oculta tras las filas de naranjos, reía desdeñosamente.
De vez en cuando dicen una frase sin comprenderla, y mientras hablan, sus ojazos hebreos contemplan al público con estupor. Salgo del teatro... Todo está entre tinieblas. En un extremo de la plaza, oigo gritos. Acaso algunos malteses en vías de explicarse a navajazos. Me encamino lentamente a la fonda, a lo largo de las murallas. De la llanura suben embriagadores aromas de naranjos y de tuyas.
Lo mismo digo de las frutas, todos los frutales se crían y fructifican bien, particularmente los naranjos y limones, que crecen hasta llegar a una corpulencia desmedida.
Y aquella mañana, al bajar del tren, entre los apretones de la muchedumbre, el diputado, sordo a la Marcha Real y a los vivas, se levantaba sobre las puntas de los pies, buscando ver a lo lejos, entre las banderas, la casa azul con sus masas de naranjos. Al llegar a ella por la tarde la emoción erizaba su epidermis y oprimía su estómago.
Palabra del Dia
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