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Había en la nava mucho heno, grama abundante y a trechos intrincados matorrales, en que tropezaba, o alta hierba que subía hasta sus muslos, porque no había senda o porque la había perdido.

Había que reconocer que Dios es bueno y proporciona ratos muy agradables a los que tienen casa y cocinera. Cuando volvieron al comedor, Nelet sacaba el héroe de la fiesta: un soberbio capón, panza arriba, con los robustos muslos recogidos sobre el pecho y la piel dorada, crujiente, impregnada de manteca. Don Juan contemplábalo con miradas de amor.

Abultaban su volumen una docena de zagalejos bajo la rameada falda, y cuando se sentaba abría las piernas de tal modo, que, combándose las ropas, formábase entre sus muslos de yegua rolliza un abismo insondable.

Algunas veces le montaba sobre los muslos y se entregaba, sin saber por qué, a un movimiento vertiginoso de caballo desbocado haciéndole saltar más de lo que el chico deseara.

Los secretos de alcoba los que sabéis vosotras: el espasmo que arroba, el deseo que mata, los contactos sutiles, las caricias de seda y el estremecimiento de las carnes febriles. Habéis mirado al cisne, prodigador de halagos, ensangrentar su pico en los muslos de Leda sobre la mansedumbre de los dormidos lagos. Los ojos de Astartea os contemplaron mucho.

Era rubia, de un blanco de jaspe, de facciones correctas, a excepción de la barba, que apuntaba hacia arriba; tenía el torso de mujer, y debajo de la falda ajustada se dibujaban muslos poderosos, macizos, de curvas armoniosas, de seducción extraña.

Pero el que le dejó confuso, absorto y entusiasmado fue tío Manolo vestido de señor feudal; llevaba botas de ante amarillo que le llegaban hasta los muslos y el cuerpo ceñido con loriga que brillaba como un espejo; el casco era enorme y asombroso por la cantidad de águilas, grifos y dragones y otros animales emblemáticos que le adornaban; la barba le llegaba casi hasta la cintura, y hasta el medio de la espalda los cabellos.

Estaba irrascible, irritable, convulsa como una fiera herida; la silla tiritaba bajo el peso de sus muslos pletóricos y su marido volvía a agitarse acariciando tímidamente el recuerdo favorito del tratamiento del doctor Brown. No valen todas ellas el disgusto que me han dado, ¡perras viejas caches! exclamaba con una voz tosida y un poco gangosa.

Un día, en la misa, el gobernadorcillo de los naturales que se sentaba en el banco derecho y era estremadamente flaco, tuvo la ocurrencia de poner una pierna sobre otra, adoptando una posicion nonchalant para aparentar más muslos y lucir sus hermosas botinas; el del gremio de mestizos que se sentaba en el banco opuesto, como tenía juanetes y no podía cruzar las piernas por ser muy grueso y panzudo, adoptó la postura de separar mucho las piernas para sacar su abdómen encerrado en un chaleco sin pliegues, adornado con una hermosa cadena de oro y brillantes.

Ni esto respondió Nieves señalando con la uña del dedo pulgar la mitad de la yema del índice de su diestra. Pues ya irá saliendo el caso poco a poco dijo su padre echándose a reír y apoyando ambas manos sobre los respectivos muslos ; ya irá saliendo... Con que mucho ojo ahora, para que no se te pase por alto el hilo.