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Actualizado: 20 de octubre de 2025


Acompañábanle media docena de guardias municipales, un alcalde de barrio y hasta diez o doce hombres de mala catadura, provistos de grandes garrotes, que parecían por las trazas pertenecer a la por aquel tiempo famosa partida de la porra. Guardáronse todas las puertas, quedando franca para todo el mundo la entrada, prohibida para todos la salida.

En todas partes aparecían huellas de la influencia moral del Gobierno. Aquí se había ofrecido un juzgado de primera instancia; allá, una carretera; en el otro pueblo, la aprobación de sus cuentas municipales, ¡que ya tenían que ver!; en el del otro lado, la tala de un monte, y en el de enfrente, el repartimiento, entre los vecinos, de ciertos terrenos de propios.

Los municipales intentaban oponerse a tan peligroso ejercicio; pero la pareja de pobres hombres era impotente ante tales diablillos, y al fin adoptó la sabia determinación de sonreír con tolerancia y retirarse a un portal.

En el cuadrante un clérigo melancólico, pensativo, fumando, como un árabe delante de su tienda; en el corredor baja de las Casas Municipales un policía haraposo, con el fusil al hombro, paseándose; y allá por la Calle Real, centro del miserable comercio villaverdino, una recua, un pordiosero, y el doctor Sarmiento, muy de prisa, echado el sombrero hacia la nuca; figura invariable, tipo eterno del médico de las poblaciones cortas.

El suelo, a la mañana tan puro y albo, era ya al mediodía charca cenagosa, en la cual chapoteaban los barrenderos y mangueros municipales, disolviendo la nieve con los chorros de agua y revolviéndola con el fango para echarlo todo a la alcantarilla.

Pero, ¿desde cuándo acá los impuestos municipales se emplean entre nosotros, nobles hijos de los españoles, en el objeto que determina su percepción? ¿Cuánto pagaba hasta hace poco un honrado vecino de los suburbios de Buenos Aires por impuesto de empedrado, luz y seguridad, para tener el derecho de llegar a su casa sin un peso en el bolsillo, tropezando en las tinieblas y con el barro a la rodilla?

Con todo, el emperador José II emprendió allí reformas que contrariaban fuertemente las tradiciones municipales del país, profundamente arraigadas, y al cabo estalló la revolucion, en términos que la nacion se habia emancipado y constituido en 1789, bajo el nombre de «Provincias Unidas de Bélgica», en los momentos en que la revolucion acababa de formalizarse en Francia.

El Beffroy, edificio comenzado desde fines del siglo XII y situado en el centro mismo de la ciudad, es, por decirlo así, el símbolo histórico de las libertades municipales, las antiguas glorias, las cruentas luchas civiles y las viejas instituciones y costumbres de los ganteses.

Las libertades municipales y el individualismo fecundo han hecho á esos pueblos laboriosos, reflexivos en todo, celosos de hacer respetar el derecho, íntegros y severos en el cumplimiento de todo compromiso.

Lo más que logrará usted será un primer accésit en el Conservatorio. ¿Y a qué le conducirá esto...? A representar el papel de Blanquita en provincias. Hará usted también el de Margarita de Borgoña en Provenza y el de Mireya en el Languedoc. Ganará usted veinte luises por mes y los favores soberanos de los consejeros municipales, propuestos en Bellas Artes. Yo no le pido que sea mi querida.

Palabra del Dia

reclinándose

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