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Actualizado: 8 de julio de 2025


Se fue a la cocina detrás de Papitos, siguiendo una costumbre antigua de hacer tertulia y de entretenerse en pláticas sabrosas cuando se encontraban solos. Un año antes, la criadita y el estudiante se pasaban las horas muertas en la cocina, contándose cuentos o proponiéndose acertijos. En estos era fuerte la chiquilla.

Las dos nos quedábamos muertas de miedo siempre que le veíamos entrar. No nos hablaba nunca, y de noche, después de acostarnos, le sentíamos dando unas patadas. ¿Y por qué la mandó á casa de esas señoras? Vea usted, yo le voy á decir la verdad porque es de la casa. Había un melitarito que se metió un día en casa, porque vino acompañando al amo, que fué herío en la calle.

No se dan todos los días, en situaciones semejantes, coincidencias de ese calibre. Ello fue que me pasé las horas muertas desmenuzando la insinuación inesperada del médico y sometiéndola, por fragmentos impalpables, a la fuerza de un análisis escrupuloso.

Pero se comprende sin esfuerzo que la razón nunca puede transformarse en potencia creadora, y que de todos los materiales acumulados para constituir un tipo característico, nunca resulta un individuo vivo y perfecto; sólo se presentan á nuestra vista máscaras muertas, que, tras penosas tentativas, parodian todos los rasgos de la vida, aunque sin lograr que la imaginación crea en su existencia real.

Y lo que yo sentía era compasión, pensando en los reyes que llegan tarde a un mundo que no cree en el origen divino, en esos últimos retoños que surgen del tronco carcomido y agotado de una dinastía, llevando en su pobre savia los vicios de las ramas muertas.... Era un joven, enfermo como yo, no por azares de su existencia, sino enfermo desde la cuna, condenado desde antes de nacer a luchar con el mal que le infiltraron con la vida.

Ayer monarca de los bosques eras, dispensador de sombra regalada, lecho hojoso del aura enamorada, bulliciosa ciudad de aves parleras. Hoy, triste, escueto, ni volver esperas a tu pomposa juventud pasada; de desnudéz imagen desolada, y esqueleto de muertas primaveras. Mas no llores tu verde lozanía, ni las ausentes auras voladoras, ni tu diadema de follaje vano.

Allí, a la sombra de los árboles, en las horas muertas de la meditación, recordó la hermosa leyenda del canto del cisne. El cisne, esa ave armoniosa y blanca, siempre en la mudez del misterio, canta sólo al morir, una canción de celeste belleza... Esta leyenda le sugirió a Juanillo un interesante argumento para su cuento-poema.

Meses enteros sin querer teatros, ni visitas, ni más que escapadas a la Alhambra y al Generalife; y allí leyendo y papando moscas te pasabas las horas muertas. Resultado: que enfermaste y si no me trasladan a Valladolid, te me mueres. ¿Y en Valladolid?

Materne empujó la puerta, y viendo a las mujeres más muertas que vivas, pálidas y desmelenadas, gritó golpeando el suelo con el palo: ¡Vaya! ¡Vaya con la madre! ¿Pero usted se ha vuelto loca? ¡Vamos, usted, que debía dar ejemplo a sus hijas, es la primera en acobardarse! ¡Es vergonzoso! Volviose en tal ocasión la anciana y contestó con voz lastimera: ¡Ay, amigo Materne! ¡Si usted supiera!...

Palabra del Dia

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