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Jamás había creído la señora de Moscoso que vería hilar más que en las novelas o en los cuentos, a no ser a las aldeanas, y le produjo singular efecto el espectáculo de aquellas dos estatuas bizantinas, que tales parecían por su quietud y los rígidos pliegues de su ropa, manejando el huso y la rueca, y suspendiendo a un mismo tiempo la labor cuando ella entró.

El capellán murmuró como si rezase: Señorita.... Por Dios.... No se revuelva la cabeza.... Déjese de eso.... La señora de Moscoso cerró los ojos y apoyó la faz en los vidrios de la ventana. Procuraba contenerse: la energía y serenidad de su carácter querían salir a flote en tan deshecha tempestad.

Despertó cuando ya era de día. Al encontrarse vestido, se acordó, y tratándose mentalmente de marmota y leño, pensó si ya estaría en el mundo el nuevo Moscoso. Bajó apresurado, frotándose los párpados, medio aturdido aún. En la antesala de la cocina se dio de manos a boca con Máximo Juncal, el médico de Cebre, con bufanda de lana gris arrollada al cuello, chaquetón de paño pardo, botas y espuelas.

Y casi al tiempo mismo advirtió otra cosa, que le cuajó la sangre de horror: en las muñecas de la señora de Moscoso se percibía una señal circular, amoratada, oscura.... Con lucidez repentina, el capellán retrocedió dos años, escuchó de nuevo los quejidos de una mujer maltratada a culatazos, recordó la cocina, el hombre furioso.... Completamente fuera de , dejó caer las sacras y tomó las manos de Nucha para convencerse de que, en efecto, existía la siniestra señal....

Pasó tras el biombo otra vez, y Julián la siguió aturdido, sin saber lo que le sucedía. Con la cabeza baja, los labios temblones, la señora de Moscoso arreglaba, sin disimular el desatiento de las manos, los pañales de su hija, cuyo llorar tenía ya inflexiones de pena como de persona mayor. Llame usted al ama ordenó secamente Nucha. Corrió Julián a obedecer.

Tan rara alucinación era, sin duda, causada por la vuelta a Ulloa, después de un paréntesis de dos lustros. ¡La muerte de la señora de Moscoso! Nada más fácil que cerciorarse de ella.... Allí estaba el cementerio. Acercarse a un muro coronado de hiedra, empujar una puerta de madera, y penetrar en su recinto.

Pero regocíjense el cielo y los hombres, pues venció el espíritu de luz. ¿Fue el primer despertar de ese sentimiento de honor que dicta al hombre heroicos sacrificios? ¿Fue una gota de la sangre de Moscoso, que realmente corría por sus venas y que, con la misteriosa energía de la transmisión hereditaria, le guió la voluntad como por medio de una rienda? ¿Fue temprano fruto de las lecciones de Julián y Nucha?

Ya que soy pobre: no hay necesidad de repetírmelo.... En fin, esto es lo de menos.... Me dolió bastante más el que mi marido me dijese que por se ve sin sucesión la casa de Moscoso.... ¡Sin sucesión! ¿Y mi niña? ¡Angelito de mis entrañas! Lloraba la infeliz señora, lentamente, sin sollozar. Sus párpados tenían ya el matiz rojizo que dan los pintores a los de las Dolorosas.

Porque es de saber que aquéllas la encontraban ordinaria hasta el extremo, una verdadera moza de cántaro, y se reían de su encogimiento y rudeza; pero éstos la consideraban un bocado exquisito, un pimpollo, y chasqueaban la lengua y ponían los ojos en blanco siempre que de la niña de Moscoso se hablaba.

Del encargo de su padre ni se acordó siquiera: no tenía ojos más que para el oscuro y vetusto caserón de Moscoso. ¡Qué negra era aquella casa! ¡qué grandes y severos los balcones de hierro! ¡qué imponente aquel casco de piedra que coronaba el escudo esculpido sobre la fachada! La impresión que en Nolo produjo fué de pena, casi de terror.