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Actualizado: 5 de junio de 2025
Se ven las gentes con demasiada intimidad, y luego, cuando se encuentran, se saludan de lejos con la sonrisa de un buen recuerdo; pero se evitan a la vez, como si se hubiesen conocido en una aventura poco honorable. Un bramido monstruoso sobresaltó a muchas señoras en sus asientos. Era el silbato del buque, que daba la señal del mediodía.
Pero, fenómeno hermoso; aquel ser monstruoso al llegar á la orilla del agua, se fragmentó en grupos ó individuos distintos; vestidos rojos y azules se arrojaban en montones como vulgares ropas, y de todos esos uniformes de sargentos, cabos y simples soldados, veía salir hombres que se arrojaban al agua lanzando gritos de alegría.
La fiebre trotaba, galopaba por los campos del pavor y la demencia, y su cráneo llenábase, cual pútrida calabaza, de monstruoso gusaneo de visiones, que subían unas sobre las otras con esfuerzo incesante, glutinoso, desesperado. Después de largo lapso de tiempo, despertó, puede decirse, de aquel calenturiento delirio. La fiebre se había alejado como una tormenta. Frío sudor le mojaba las sienes.
Los gritos de adentro y el sinnúmero de caras que asoman sobre la borda mirando á los del bote que llega, le parecen el alma diabólica y multiforme de aquel monstruoso cuerpo en cuyos antros va á desaparecer quizá para siempre, el hijo de su amor. El atezado rostro de tía Nisca se vuelve lívido. Andrés, por el contrario, se entusiasma más y más según que se acerca á la fragata.
Un sistema de alcaldías y correjimientos tan monstruoso é irregular produjo sin embargo en su principio algunos beneficios á las Islas, porque en medio de la gran falta que hay en ellas de capitalistas, muchos productos de la agricultura y artes de las provincias no se hubieran fomentado, y aun estarian sin establecerse, si el alcalde no hubiera especulado en ellos para su comercio.
Además, aquellas lágrimas cuando se habló de Plutón... No se le ocurrió al mancebo que éste pudiera rivalizar con él en el amor de Demetria, porque sería monstruoso. Pero que engañada pudiera llevarla al fondo de la mina y allí abusara de su situación le parecía bien creíble. Desde que tal idea penetró en su mente no volvió por Canzana.
Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dió un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós: sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
En el tiempo había aquel día un monstruoso pliegue: las cuatro de la tarde. Isidora empezó a arreglarse desde muy temprano. ¿Cómo iría? No era conveniente presentarse a su abuela con apariencias de notorio bienestar. Todo prurito de llamativa elegancia en su honrada pobreza le parecía chocarrero y de mal gusto.
El ídolo hízose monstruoso, y la infeliz mujer quiso arrojarlo de su corazón indignada, como se arroja lo que ofende, lo que mancha, lo que deshonra; mas el alma íbasele detrás, llena de angustias y de vergüenza, porque el ídolo seguía en pie, siempre reinando en ella, y no por ser monstruoso dejaba de ser ídolo.
Antes no había revisión más que en el caso de que otro procesado fuese condenado, por el mismo crimen y por otra sentencia; y aun, si se reconocía la inocencia de un condenado, era preciso indultarle. No había otro medio de hacerle salir de presidio. ¡Pero eso era monstruoso! exclamó Marenval. ¡Cómo!
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