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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Yo tengo mucho quinqué, y adivino las cosas. No serás ministro, no. Dime en seguida que no lo serás, o te pego. Se incorporaba sobre las rodillas de Isidro, y fingiendo furor, abofeteábale con su blanca manecita. Después, pareciéndole poco este castigo, metía sus dedos en la crespa cabellera del joven, tirando sin compasión de los mechones.

Luego, sacando otro brazo, disparaba el segundo revólver, se metía adentro para cargar sus armas y volvía á aparecer. La mayor parte de los asaltantes parecieron olvidar el motivo político que los había traído hasta allí. Ya no pensaban en el «gobierno usurpador» ni en asaltar el cuartel. Toda su atención la concentraron en aquel hombre que seguía insultándoles sin tomar precauciones.

Después, D. José se metía también en la cocina para ayudar y dar más de un consejo; que algo se le entendía de arte de estofados y otros culinarios estilos. Las niñas dejaban la costura aquel día; no se pensaba más que en la cena, y entre componerse para ir al Teatro Martín con Miquis, y ayudar un poco a su madre, se les pasaba la tarde.

Mientras estudió la segunda enseñanza en el colegio de Masarnau, donde estaba a media pensión, su mamá le repasaba las lecciones todas las noches, se las metía en el cerebro a puñados y a empujones, como se mete la lana en un cojín.

Comía, bebía y callaba Viváis-mil-años; pero gesticulaba y guiñaba los ojos alternativamente como hablando consigo mismo, todo lo cual metía mucho más en curiosidad a la tía Zarandaja, que como había visto lo que doña Guiomar favorecía y lo mucho que amaba a aquel soldado que tenía encerrado, por favorecer sus amores esperaba mucha cosa.

Cuando Pepe dejaba de ir a ver a Paz, por miedo a infundir sospechas o parecer pegajoso a don Luis, entraba Pateta en funciones de correo: ya sabía ella que cada tercer día de ausencia el chico rondaba al oscurecer los alrededores del hôtel y, espiando momento oportuno, metía el brazo por la verja y dejaba la carta bajo los ladrillos levantados del horno, situado junto al invernadero.

No se ha visto tal torbellino; y ello merecíalo la comedia, porque traía un rey de Normandía sin propósito en hábito de ermitaño, y metía dos lacayos por hacer reír, y al desatar de la maraña no había más de casarse todos y allá vas. Al fin tuvimos nuestro merecido.

El Pituso se le metía al instante entre ceja y ceja. ¡Le estaba viendo! La contemplación ideal de lo que aquellas facciones tenían de desconocido, el trasunto de las facciones de la madre, era lo que más trastornaba a Jacinta, enturbiando su piadosa alegría.

Cuando se le metía en la cabeza, en aquella cabeza como un puño, mal amasada, un bromazo como el que tenía proyectado, andaba inquieto, afanoso, lo mismo que el poeta o el pintor que tienen una obra entre manos. Después de varios días de machacar por él logró al fin, casi, casi, decidir al indiano.

Tuvo muy buen parecer, y fué tan celebrada, que en el tiempo que ella vivió, todos los copleros de España hacían cosas sobre ella. Padeció grandes trabajos recién casada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir que mi padre metía el dos de bastos por sacar el as de oros.

Palabra del Dia

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