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Actualizado: 22 de junio de 2025


Al finalizar la misa, los cantores y demás gente menuda del coro, que eran los únicos que osaban mirarle, se alarmaron viéndole palidecer, levantarse con la faz desencajada, llevándose las manos al pecho. Advertidos los canónigos, corrieron a él, formando una apretada masa de vestiduras rojas ante su trono.

Así, pues, todo está bien. Nada de discusiones ni pleitos. Por esta vez no utilizaré los retazos de conocimientos variados que he sacado de los manuales de Derecho. El testamento ha sido leído por el notario en presencia de Elena, como ayer velada y encapuchada con su gran sombrero y tan menuda y pequeñita con sus ropas de viuda, que inspiraba profunda piedad.

A las diez y media del otro día, mientras don Francisco y toda la familia menuda estaban de paseo en la Cuesta de la Vega, quedó realizada la operación. Aparecieron con usurera exactitud, a la hora fija, Torres y Torquemada. Este era un hombre de mediana edad, canoso, la barba afeitada de cuatro días, moreno y con un cierto aire clerical.

Con hallarse ya las dos mujeres, por la colocación de los hijos, en mejores condiciones de reposo y de vida, no se avenían con su soledad, y echaban de menos a la familia menuda; cosa en verdad muy natural, porque es ley que los mayores conserven el afecto a la descendencia, aunque esta les martirice, les maltrate y les deshonre.

Los dos clérigos tenían la firme voluntad de los navarros en el desfiladero de Roncesvalles. Así que soportaron con heroica impavidez, durante media hora de espera, la lluvia menuda que estaba cayendo, sin que el temor del reumatismo ni otra consideración temporal les hiciese moverse una pulgada del puesto que ocupaban.

Abrió su bolso y sacó el portamonedas, tomó dos piezas de a rublo y un poco de plata menuda y se los enseñó al abogado y a los jueces . ¡Miren! Este dinero lo he ganado con mi oficio. Este traje también, así como este sombrero y estos pendientes. No tengo nada, absolutamente nada que no haya ganado así.

Los de fuera y los de dentro trataban con respeto, casi con veneración, a la ilustre señora, que era como una figurita de nacimiento, menuda y agraciada, la cabellera con bastantes canas, aunque no tantas como la de Barbarita, las mejillas sonrosadas, la boca risueña, el habla tranquila y graciosa, y el vestido humildísimo. Algunos días iba a comer allí, es decir, a sentarse a la mesa.

Una lluvia menuda y lubrificadora caía sobre el árbol para facilitar y enfriar el frotamiento de su incesante rotación. Zurita quiso saber a qué profundidad estaban en aquel sitio. Hallábanse siete metros más abajo de la superficie del Océano. ¡Lo que nadará en estos momentos sobre nuestras cabezas! dijo Maltrana, ¡Los apreciables vecinos que tal vez colean al otro lado de esta pared!

Pendían de las paredes armas brillantes, indias, chinas y japonesas; colgaban del techo cinceladas lámparas de oro; se veían en torno jarrones, tibores y vasos, artísticamente esculpidos, de metales preciosos, de jaspes rarísimos, de antigua porcelana y de ataujía o menuda labor de pedrería, marfil, bronce y otras materias ricas.

Mares vivas tendidas y gruesas del Nordeste, vientos duros de aquel cuadrante, intermitencias huracanadas, cielo y horizontes cerrados, barómetros bajos, completa movilidad en la aguja del aneróide; esto agregado al color plomizo de las aguas, á la pesadez de la atmósfera, que por momentos se achicaba cerrándonos los espacios, y á la menuda llovizna que constituyen la garua intertropical, nos pusieron en verdadera alarma, alarma que se justificó con las voces de mando del capitán, que desde el puente gritó: ¡listas todas las guardias! ¡aclarar aparejos! ¡listos gavieros!

Palabra del Dia

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