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Actualizado: 15 de junio de 2025
Se dirigió a casa de la duquesa de Somavia, que había vuelto el día anterior a Pilares, huyendo de la inclemencia, melancolía y tedio de la aldea. Llevaba la carta en la mano, sin protegerla de la lluvia. ¿Qué te sucede, Apolonio? preguntó la duquesa, alarmada ante aquel hombre como de piedra . ¿La catástrofe, la quiebra, el embargo? Me lo presumía. ¡Pluguiera a Dios! murmuró cavernoso Apolonio.
Y llega la noche, esa noche impregnada de extraña melancolía en que los pobres comediantes, al volver del ensayo con los párpados cargados de sueño, se aplican á sacar de su equipaje los trajes que han de necesitar para el éxodo que emprenderán al siguiente día.
Circulaba a su espalda el movimiento humano acompañado de vivos resplandores; ante él la silenciosa calma del mar tropical, dormido como un lago sin riberas. Estaba triste. La alegría del champán que le había acompañado al levantarse de la mesa, convertíase ahora, al quedar solo, en una melancolía inexplicable.
Pasaba el tiempo sin que tuviese fuerzas para abandonar aquel banco lejos de la luz. Temía volver al ruido de abajo. Retardaba el instante de entrar en su camarote, como si de los tabiques pudieran desprenderse, saliendo a su encuentro, los recuerdos que había clavado con la fijeza de sus ojos en las horas nocturnas de melancolía.
Después dijo, con una expresión de melancolía que contrastaba con su habitual vivacidad: La suerte de esas pobres mujeres es de lo más triste que se puede soñar. ¿Siguen creyendo en la inocencia del joven? Siempre. ¿Y no hacen nada? ¡Qué quiere usted que hagan? ¡Si yo estuviera en su lugar haría algo!
Acometióle una negra melancolía, y no fué ni á la ópera á la moda, ni á las demas diversiones del carnaval, ni hubo dama que le causara la mas leve tentacion.
Sobre la duración del habla castellana con motivo de algunas frases del Sr. Cuervo. A Dios gracias yo soy por naturaleza poco inclinado a la melancolía y al desaliento. Hasta en las circunstancias más tristes procuro hallar algo que me traiga esperanza y consuelo.
Triste y abandonado, falleció el notable artista á solas con las negruras de sus pensamientos y la melancolía de su espíritu, y si dejó á las generaciones futuras obras hermosas, no tuvo el consuelo de que ni sus amigos y discípulos recordasen su nombre con ternura y derramasen lágrimas por su memoria.
El aire frío y el silencio de las calles del barrio templaron, no obstante, la sangre enardecida de la Tribuna. Pareciole entrar en algún claustro donde todo fuese quietud y melancolía.
No podía yo tampoco, en Lisboa menos que en parte alguna, porque en Lisboa era muy conocida, intentar, sin peligro de desdenes y de sofiones, penetrar en lo que se llama la buena sociedad y hacer bien el papel de la señora viuda de Figueredo. La melancolía se apoderó de mi espíritu.
Palabra del Dia
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