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Actualizado: 28 de julio de 2025


Cuidá entretanto de ese maula para que no se escape. Tomá la pala y si quiere irse, le partís la cabeza. ¿Has oído?... Era imposible una entonación de voz más despótica y absoluta que el que usara el Chucro con la Pepa. Y la Pepa acataba sus órdenes como si emanasen de un dios, ¡ella, que antes impusiera siempre su voluntad a su marido y le mandara a modo de dueña.

Amor y cita, y cita a la media noche, dijo Cigarral, si no me mienten estos jeroglíficos amorosos; y diciendo esto, tomando con maligna reverencia de boca del gozque aquel billete no escrito, le puso en manos de don Lope, quien no reparó o quiso no reparar en las socarronerías de aquella buena maula, ansiando por ver la noche rayar en lo más alto de su carrera.

No, gracias. ¡Come! ¡no seas maula!... Acuérdate de aquel consejo: «donde vayas a comer, come mucho; si son tus amigos les darás placer; si son tus enemigos, les darás rabia».

En suma de cuento, ello es que D. Lope le endonó y perdonó a Cigarral las atrasadas trabacuentas, inclusive los cien ducados del burgués Goffren, lidiados y vencidos en el negro negociado de palo y pinta, concluyendo aquella ceremonia con que la buena maula entrase de nuevo al servicio de D. Lope.

¡Y que te me ibas!... ¡maula!... gritó Melchor afirmándose en el recado y dando un formidable rebencazo al Platero, que arqueándose agachó la cabeza, lanzó como un rugido, dio un corcovo colosal que hizo cimbrar a Melchor, y partió medio trabado avanzando de través hacia el alambrado de la quinta, al que no llegó porque Baldomero, rápido y oportuno, le puso el «azulejo» al lado, diciéndole a Melchor: ¡No lo castigue! y los dos caballos partieron pujando como en una carrera que hubiese de darse «puesta».

266 Pero no aguardaron más y se apiaron en montón; como a perro cimarrón me rodiaron entre tantos; ya me encomendé a los santos, y eché mano a mi facón. 267 Y ya vide el fogonazo de un tiro de garabina, mas quiso la suerte indina de aquel maula, que me errase, y ahi no más lo levantase lo mesmo que una sardina.

Gustavo carga con media docena de librotes para ir leyendo por el camino; y el maula de mi marido, que sólo piensa en su comodidad, se enfurece si le faltan las zapatillas, el gran gorro de seda, el cojín de viento... A todo tengo que atender, porque no podemos tener un criado para cada uno. Esos tiempos pasaron, ¡ay!, y se me figura que no han de volver.

Entonces, ¿qué diablos le trae a usted por aquí? ¡Ya está usted buena maula! ¿No yo que se gastaba usted con ella los ojos de la cara? ¡Y que no es usted poco rumboso, decían allí! ¡Bah! Una cosa es gastar y otra querer.

Palabra del Dia

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