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Actualizado: 24 de julio de 2025
Pero ¡mardita sea! gritó Gallardo . ¡Descúbrete, condenao! Le miraba furioso, como si fuese a pegarle, convencido por una confusa intuición de que esta rebeldía iba a atraer sobre él las mayores desgracias. Güeno, me la quito dijo el Nacional con una fosquedad de niño contrariado, luego que vio alejarse la cruz . Me la quito... pero es al muerto.
Dijo esto sencillamente, sin malicia; pero Gallardo creyó adivinar en su voz cierta burla, y bajó la cabeza, al mismo tiempo que se coloreaban sus mejillas. «¡Mardita sea!» Las preocupaciones profesionales resurgieron en su pensamiento. Todo lo malo que le ocurría era porque no se «arrimaba» ahora a los toros. Ya se lo decía ella claramente.
Es un buen hombre, pero le han trastornao la cabesa con tanta mentira... ¡Caya y no me repliques! ¡Mardita sea! Te voy a yenar esa bocasa de... Y Gallardo, para tranquilizar a aquellos señores a los que creía depositarios del porvenir, abrumaba al banderillero con sus amenazas y blasfemias. El Nacional refugiábase en un silencio desdeñoso.
Había dejado a un lado el cigarrillo de azules espirales, y con una media voz que acentuaba las palabras, dándolas temblores apasionados, cantaba acompañándose de las melodías del piano. El torero avanzó los oídos para entender algo... Ni una palabra. Eran canciones extranjeras. «¡Mardita sea! ¿Por qué no un tango o una soleá?... Y aún querrían que un cristiano no se durmiese.»
El banderillero salió cabizbajo de esta entrevista y se fue en busca del maestro, encontrándolo a la puerta de los Cuarenta y cinco. Juan, he visto a tu mujer. Aqueyo está cada vez peor. Veas de amansarla, de ponerte bien. ¡Mardita sea! ¡Así acabe una enfermeá con ella, contigo y con mí mesmo!
¡Mardita sea!... Pero ¿por qué sirban? ¿Han estao acaso en la corría?... ¿Les ha costao el dinero?... Una piedra dio contra una rueda del coche. La pillería vociferaba junto al estribo; pero llegaron dos guardias a caballo y deshicieron la manifestación, escoltando después por todo lo alto de la calle de Alcalá al famoso Juan Gallardo... «el primer hombre del mundo».
Su pobrecita hija estaba para librar de un momento a otro; el yerno, un «gallardista» furibundo, que había andado a palos varias veces a la salida de la plaza por defender a su ídolo, no se atrevía a hablarle. Pero ¡mardita sea!... ¿es que me toman ustés por ama de cría?... Tengo más ahijaos que hay en el Hospisio.
¡Entra Joaquín! ¡Miau! ¡Entra, canalla! ¡Miau! Vi a Paca llevarse las manos a la cabeza y tirarse con rabia de los cabellos. ¡Mardita sea mi suerte! ¡Y que Dios tenga en er mundo a este roío dao pol tal y me haya llevado aquel corasón de hijo!
Pero ¡quédese usted al menos! decía angustiado el espada . ¡Mardita sea!... No me deje usté solo. No sabré qué haser; no sabré qué desir.
Al frente de la compañía ondeaba la bandera romana con su inscripción senatorial, meciéndose al compás de los redobles del tamborcillo como todas las filas de legionarios. Un personaje de suntuosidad imponente contoneábase con la espada en la mano al frente de este ejército. Gallardo lo reconoció al pasar. ¡Mardita sea! dijo riendo bajo su máscara . No me van a hacé caso.
Palabra del Dia
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