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Actualizado: 8 de julio de 2025
Entre las hileras de cepas veíase la tierra, machacada, alisada, peinada, con la misma tersura que si fuese el suelo de un salón. ¡Y la viña de Marchamalo se perdía de vista, ocupaba varias colinas, lo que exigía un trabajo enorme! A pesar de la rudeza con que el capataz trataba a los viñadores durante el trabajo, ahora que no estaban presentes, se apiadaba de sus fatigas.
Este alejamiento de Jerez permitió a Dupont realizar sus ensueños sobre Marchamalo. Echó abajo el antiguo caserón y construyó lagares nuevos, una hermosa casa para su familia, una capilla espaciosa y rica como un templo, y un torreón cuadrado, con puntiagudas almenas, dominando el oleaje de colinas cubiertas de cepas, que formaban el gran dominio de Marchamalo.
Adivinaba, al otro lado del tabique, el insomnio de Mariquita; oía el continuo revólver de su cuerpo en la cama, prorrumpiendo en suspiros dolorosos. Poco después del alba, Fermín salió de Marchamalo, dirigiéndose a Jerez sin despedirse de su familia. Al bajar a la carretera, lo primero que vio junto al ventorro fue a Rafael, sobre su jaca, plantado en medio del camino, como un centauro.
Fue una genialidad de gran señor, un capricho de millonario que se admiraba a sí mismo proporcionando un mendrugo a un desesperado que encontraba obstruidos todos los caminos de la vida. Fermín halló un jornal en la viña de Marchamalo, la gran propiedad de los Dupont. Poco a poco fue conquistando la confianza del amo, el cual se fijaba atentamente en su trabajo.
Donde iré es a la gloria, casándome con mi riuseñor moreno, llevándomelo al nidito de Matanzuela... Pero ¡ay, niña! ¡Lo que yo sufrí desde aquel día! ¡Las penitas que pasé para decirte «te quiero»! Venía a Marchamalo por las tardes cuando había hecho buen alijo, con una porción de indirectas bien preparás para que me comprendieses, y tú ¡ná! como si fueses la Dolorosa, que mira lo mismo en Semana Santa que en el resto del año.
Te quiero, y creo que te quise siempre, desde que éramos pequeños y venías tú a Marchamalo de la mano de tu padre, hecho un gañancito con tu ordinariez de la sierra, que nos hacía reír a los señoritos y a nosotros. Te quiero porque estás solo en el mundo, Rafaé, sin pare y sin familia: porque necesitas un arma buena que esté contigo, y esa soy yo.
Y acabó por desplomarse de bruces, con gran estrépito de botellas y copas que le siguieron en su caída, como si el vino quisiera mezclarse con la sangre. Tres meses iban transcurridos desde que el señor Fermín abandonó la viña de Marchamalo, y sus amigos apenas si le reconocían, viéndole sentado al sol, en la puerta de la miserable casucha que habitaba con su hija en un arrabal de Jerez.
Durante el día, cuando el sol caldeaba la tierra inflamando las blancuzcas pendientes de Marchamalo, Luis dormitaba bajo las arcadas de la casa, con una botella junto a él, destilando frescura, y tendiendo de vez en cuando su cigarro al Chivo para que lo encendiese.
Y Rafael el aperador, que sólo aparecía en Marchamalo de semana en semana, al ver por dos veces este baile, se mostró orgulloso del honor que el señorito hacía a su novia. Su amo no era malo; lo de antes fueron locuras de la juventud; pero ahora, al sentar la cabeza, resultaba un señorito de chipén, ¡la mar de simpático!, con gran afición a tratar a las gentes bajas, como si fuesen sus iguales.
Después, con caras de malhumor, fueron saliendo a la explanada los viñadores, obligados a permanecer en Marchamalo para asistir a la fiesta. El cielo se azuleaba sin la más leve mancha de nubes. En el límite del horizonte una faja de escarlata anunciaba la salida del sol. ¡Buen día nos dé Dios, cabayeros! dijo el capataz a los jornaleros.
Palabra del Dia
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