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Actualizado: 22 de junio de 2025
Sus virtudes no pongas en balanza En la mansion solemne del terror: Yace en brazos de trémula esperanza, A los piés de su Padre y su Señor! ¿Á dónde vas? Voy á salvar al mundo Propagando de Dios la ley de amor. Apóstol, tu labor será infecundo, Ven al festin, y enjuga tu sudor. No, no: yo voy á emancipar el mundo De Dios, siguiendo santa ley de amor. ¿Á dónde vas?
Las tres campanadas indicaba que quien entraba en la aristocrática mansión de los Quiñones era un noble, un par de los señores. Tiempo hacía que se estableciera esta costumbre, sin saber cómo.
Sin osar, por tanto, llamarla un palacio, no es aventurado afirmar que aquella mansión había sido construidaa por una persona principal para su exclusivo uso y regalo. La circunstancia de tener sólo un piso, bien claramente lo decía.
Las dimensiones de las piezas, la altura de los techos, la tranquilidad del vasto patio, donde una discreta hierba verdeaba el pavimento, y sobre todo, la fachada del Sur, frente a los jardines del Luxemburgo, hacían atrayente esta mansión.
Después de dar un vistazo general a todos aquellos característicos accesorios, cuadras y gallineros inclusive, de la mansión del caballero a quien íbamos a visitar, y siempre bajo la dirección de Neluco, seguíle yo estragal adentro y escalera arriba, y así llegamos a la pieza que podía llamarse estrado o salón de recibir, amplia, con luces a un gran balcón de hierro, de viguetería descubierta y suelo de recias tablas de castaño.
En efecto, el ruido no se hizo esperar: un gentío inmenso ocupaba la vecina plazuela de Santa Ana, y hasta la tranquila mansión de doña Leoncia llegó el rumor de las voces. La criada, que venía de comprar, entró dando gritos de terror y diciendo que había sentido unos grandes cañonazos. A los gritos de la gallega despertaron los tres amigos y Lázaro. ¿Qué hay? dijo Javier. ¿Qué algazara es esa?
La señora Percival, que, debido a nuestro insistente consejo, todavía residía en la mansión de la plaza Grosvenor, me visitaba algunas veces, trayéndome frutas y flores de los invernáculos de Mayvill, pero nada sabía sobre Mabel. Esta última había desaparecido tan completamente como si la tierra se hubiera abierto y tragádola.
Gran escalinata de mármol, montera de pizarra a lo Luis XIV, lunas enormes de cristal en los balcones, todo el arreo, en fin, de que ahora hacen gala los hombres opulentos cuando fabrican una mansión para su regalo. Las cuadras y las cocheras, también suntuosas, cerraban el patio por la izquierda.
El mensajero de Dios la excita á casarse con él, no para esta vida terrestre, sino para la vida eterna; la pecadora arrepentida accede á sus ruegos, apoderándose la muerte de su cuerpo, incapaz de resistir á tan violentas emociones, y llevándose el ángel su alma á la mansión celestial. Semejante á éste es el argumento de La condesa bandolera.
Hoy día, los jardines de aquella mansión no están separados del rústico cementerio más que por una cerca de bosques y avellanos y por algunos viejos nogales, cuyas nueces, a merced de los pastores, como de todo el mundo, caen sobre las tumbas de los muertos.
Palabra del Dia
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