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Este efecto poco halagüeño es quizás el resultado del período de agitación é incertidumbre en que la historia tomó forma; sin que indique carencia de buen humor en el espíritu del novelista, pues era más feliz mientras divagaba entre la lobreguez de estas tristes fantasías suyas, que en ninguna otra época desde que salió de la Antigua Mansión.

Reid la carcajada de la felicidad, soltad vuestras campanas, que repiquen a gloria, que suenen alegría, que lleguen sus tañidos a esta mansión dichosa, que besen vuestras almas con sus sueños de rosa.

El hotel de los Freneuse aparecía silencioso y desolado, Jacobo no estaba allí ya, el criado se presentaba encorvado, tembloroso y triste, y él volvía á entrar como un extraño en aquella mansión antes abierta y risueña... Haga usted el favor, Giraud, de anunciar á las señoras mi venida; voy á esperar en el saloncillo donde...

El acto que se llevó a cabo la siguiente tarde en la biblioteca de la mansión de la plaza Grosvenor fue, como puede suponerse, muy triste y penoso. Mabel Blair, vestida de luto, con sus ojos llenos de lágrimas, permaneció sentada y silenciosa mientras el abogado leyó secamente el testamento, cláusula por cláusula.

Desnoyers oyó golpes que resonaron dentro de su pecho. ¡Ay, su mansión histórica!... El general iba á instalarse en ella, luego de haber examinado en la orilla del Marne los trabajos de los pontoneros, que establecían varios pasos para las tropas. Su miedo de propietario le hizo hablar. Temía que rompiesen las puertas de las habitaciones cerradas; quiso ir en busca de las llaves para entregarlas.

He aquí, en breves palabras, lo que había sucedido: Burton Blair se había despedido de su hija Mabel, partiendo en la mañana del día anterior de su mansión de la plaza Grosvenor, para ir a tomar el expreso de las diez y media que de Euston salía para Manchester, donde tenía que arreglar algunos negocios particulares, según había dicho.

Había alguna diferencia, por cierto, entre la pobre morada de mi padre y la espléndida mansión de mi tío, o más bien dicho, de mi tía, pues todo lo que había en ella, hasta el último alfiler, como ella decía, era suyo propio y lo había heredado del famoso mayor Berrotarán, terror de los indios y loor del ejército.

Era la más pequeña y estaba casi siempre vacía, y crecían en ella bosquetes de juncos y cantaban las ranas. Los frailes, a quienes la mansión perteneciera en la antigüedad, habían hecho construir para su recreo sobre esta isleta un gran cenador formado de columnas de granito a modo de templete griego. Estaban las columnas en pie, pero el techo había desaparecido.

La puerta de aquella mansión me parece que es la losa de tu sepulcro. Cuando se cierre, dejándote dentro, todo se acabó. No, yo no quiero salir como Asunción, acechando el sueño de su madre para escapar. Yo no quiero salir así de mi encierro, sino en pleno día, con las puertas abiertas y a la vista de todos. Vámonos. ¡Qué locura he hecho esta noche, Dios mío!

Luego, exclamando: «Vamos presto, que nos esperan», salió de la cuadra. Llegaron a la mansión de don Alonso sin encontrar a nadie. Estaba toda cerrada como casa desierta; pero al pasar junto a la panera toparon con seis hombres armados de chuzos y horquillas. El escudero repartió las órdenes.